Político, ingeniero, conspirador, hombre acostumbrado a todas las caras de la verdad, Felip Puig está, hoy, huérfano.
Fue consejero de Artur Mas en sus gobiernos soberanistas. Lo fue antes, en sus mocedades, venido desde el mundo local hasta el autonómico, de los gobiernos de Jordi Pujol. Diríase de él que es un auténtico todoterreno de la política pequeña. Sabe moverse, es capaz de relacionarse y, al final, era uno de los colaboradores más resolutivos de los señores que tuvo por delante.
Pero a Mas no le pareció conveniente mantenerle en las listas de Junts pel Sí. Puig era más independentista en origen que el ex presidente. Y, posiblemente, más soberanista que el nuevo jefe de Gobierno. Pero, en cambio, siempre ha sido más pragmático, más posibilista. El reino de lo posible en el que siempre ha circulado era más importante que la utopía. Cosas de ingeniero. Hoy se define como un defensor de un estado propio en una España confederada.
Puig le ha pedido a Mas, el nuevo regente de CDC, que le dé la presidencia del puerto de Barcelona. No es un destino fácil. Lo primero que deberá hacer Mas es decirle a otro de sus amigos, a uno de los fieles históricos del partido, que deje el puesto. Y seguro que a Sixte Cambra no le hará la más mínima gracia renunciar a las prebendas y al enorme presupuesto de la Autoridad Portuaria de Barcelona a favor de Puig. Por si las moscas, Mas no ha respondido al antiguo colaborador.
La semana pasada Puig era un alma en pena en los desayunos del Hotel Om. Podía vérsele allí algunas mañanas consultando su teléfono como esperando una llamada que no se había producido o leyendo la prensa digital ahora que no posee un resumen de noticias de su consejería. A su edad, cercano a los 60 años, su interés personal y profesional está más próximo a completar su carrera personal que a ambiciones de otro tipo. Su esperanza última consiste en que Mas decida devolverle a un cargo público como el Port de Barcelona para que Puig recupere secretaria, coche oficial y paga considerable.
Pero a Mas el perfil de Puig no le agrada. Incluso, aunque el antiguo concejal de Parets del Vallès no sea uno de los hombres que le disputen el liderazgo en CDC. A Mas no le gusta casi nadie con perfil propio. Al ex presidente independentista del tablero de ajedrez su antiguo consejero le parece apenas un peón.