Parecía que lo peor había sido superado. El Covid iba desapareciendo de nuestras vidas y la llegada del año 2022 nos aproximaba a la normalidad. El pasado 24 de febrero el autócrata Putin, fiel heredero del estalinismo zarista, decidió la invasión a sangre y fuego de su vecina Ucrania, nubes de incertidumbre volvieron a posarse en la vieja Europa.

Un nuevo tsunami amenaza la recuperación económica y pone en jaque a la economía global. Reaparecen las tensiones inflacionistas que parecían ancladas en el pasado. Como consecuencia de la fuerte dependencia europea del gas ruso estalla una crisis energética que nos obliga a replantearnos la utilización de la energía nuclear. A lo anterior habría que sumar la crisis de suministros que afecta al sector agrícola y la escasez de las materias primas y componentes que alimentan a las industrias claves europeas. La guerra amenaza a las fronteras de la UE, el continente se despierta envuelto en temores del pasado que parecían olvidados y enterrados. Todo lo anterior afecta directamente a la economía española y paraliza sus expectativas de recuperación.

En España se avecinan tiempos difíciles para el Gobierno de coalición progresista, tanto como consecuencia de la crisis económica como de las tensiones internas en el seno de la coalición. Tensiones que se acentuarán a medida que se acerquen las elecciones. Por una parte, el PSOE obligado a marcar perfil socialdemócrata, atlantista y europeísta, y por otra, sus socios de coalición sumidos en una profunda crisis organizativa, de indefinición ideológica y liderazgo.

En el bloque de la derecha, se sitúa un PP que transmite serias dudas sobre su posicionamiento ideológico y la consolidación de su nuevo líder. Ayuso, a la espera de su oportunidad, aguarda con los cuchillos afilados. Un partido que se siente amenazado por el crecimiento electoral de un Vox dispuesto a aprovechar sus dudas, contradicciones y disputas internas. La UE manifiesta su preocupación por la llegada de la extrema derecha a los gobiernos autonómicos, una ideología soportada en el ultranacionalismo, que no oculta sus simpatías por las pulsiones autoritarias del déspota zarista, impregnada de un primitivo antieuropeísmo basado en una rancia concepción de la soberanía nacional.

Conforme avanza la legislatura en la Cataluña cainita se agudiza el enfrentamiento interno en el seno de la coalición que intenta gobernarla. El acuerdo en política lingüística con el PSC deja muy claro que el Govern del “52% por la independencia” no existe. El apoyo a la secesión cae en picado. El proyecto secesionista de la Generalitat se tambalea por las urgencias sociales y económicas. Las huelgas de docentes y los efectos de la guerra obligan a cambiar la agenda de Aragonès Garcia. ERC confía que el manejo y gestión de los fondos europeos que llegarán a lo largo del presente año le permita aliviar la tensión social y mantener la presidencia hasta las próximas elecciones. Se incrementa el desconcierto y la falta de liderazgo en JxCat , con el hombre de Waterloo obsesionado en resolver su situación personal y un secretario general que intenta dirigir un partido de orden con propuestas antisistema, frente al pintoresco tándem Torra-Borràs.

Mientras tanto, el Govern consigue algunos éxitos como consecuencia de su inexistente estrategia industrial. Volkswagen elige Sagunto para su gigafactoría de baterías para coches eléctricos con una inversión de 7.000 millones y 3.000 empleos. Meses de negociaciones discretas y el trabajo conjunto del Ayuntamiento de Sagunto, la Generalitat Valenciana y el Gobierno central permiten el logro. Por el contrario, en Cataluña: los sindicatos, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat se manifestaban el pasado mes de diciembre a favor de la inmersión lingüística los mismos días en que Nissan anunciaba su marcha definitiva de la CCAA.

En la Ciutat Comtal se acentúan las profundas contradicciones en el seno de un gobierno municipal donde el PSC muestra su timidez a la hora de defender sus posiciones con firmeza. El PSC intenta marcar diferencias, pero es incapaz de defender seriamente la ampliación del aeropuerto --tema crucial para la economía de Barcelona y su entorno metropolitano--, ante el temor de ser acusados de “negacionistas”. En el horizonte, la creciente complicidad ERC-comuns anuncia el rol secundario del PSC en un nuevo gobierno municipal.

Pero no todo está dibujado con tintes pesimistas, la crisis ucraniana puede ser también una oportunidad para la península ibérica. La colaboración entre los gobiernos hispano-lusitano podría ofrecer a la UE una plataforma de conexión energética basada en el gas argelino y con plena interoperabilidad con el resto del continente. La península podría ser también un centro de abastecimiento fiable y sostenible de productos agrícolas desde el litoral mediterráneo: Almería, Murcia e incluso Lleida, ofreciendo además una infraestructura estratégica portuaria desde Algeciras hasta Barcelona como alternativa a un congestionado mar del Norte y un inestabilizado Báltico.

Se avecinan tiempos difíciles, pero todo tiempo de riesgos e incertezas genera también oportunidades a aprovechar. Las fuerzas políticas que ocupan la centralidad democrática de nuestro país tienen la última palabra.