Los diarios impresos están heridos de muerte. Sus índices de circulación acumulan 12 años consecutivos de repliegues. En ese periodo, han perdido tres cuartas partes de la tirada. El desolador panorama que vive el sector no es exclusivo de España. Por el contrario, es un fenómeno de escala planetaria.

Van transcurridos cuatro siglos desde que salió de las imprentas el primer periódico. La cruda realidad indica hoy que los medios de papel tienen fecha de caducidad. Es decir, que dentro de unos pocos lustros habrán desaparecido prácticamente del mapa.

La prensa nacional es una pálida sombra de lo que fue poco tiempo atrás. Alcanzó su apogeo en 2007. Tras ese hito, sobrevino de inmediato la crisis económica. Y en el intervalo 2008-2015 echaron el cierre casi 400 diarios y revistas. En consecuencia, más de 12.000 profesionales del periodismo pasaron a engrosar las filas del paro.

Después, la recesión general se fue esfumando y el país tornó a crecer. Pero los rotativos siguen encadenando un desplome tras otro.

En 2019, los seis primeros por volumen de tiraje, a saber, El País, La Vanguardia, El Mundo, ABC, El Periódico de Catalunya y La Razón, colocaron en conjunto 452.000 copias de promedio por día.

Dicha cantidad equivale a la que una sola cabecera, El País, lucía en 2007. Basta semejante dato para calibrar la magnitud del derrumbe sufrido por el ramo.

El portaestandarte de Prisa saldó 2019 con una media de 110.300 ejemplares. Es ya el único de España que supera el redondo listón de los 100.000. Pero al ritmo actual del proceso de desguace, estimado en un 20% anual, es probable que en el presente 2020 abandone dicha cota. Muchos analistas vaticinan que jamás podrá recuperarla.

Los restantes miembros del sexteto no se comportan mejor en materia de retrocesos. La Vanguardia concluyó el ejercicio con poco más de 88.000. El Mundo, con 80.600. ABC, con 68.000. El Periódico, con 54.000. Y La Razón, con 51.500.

Los guarismos transcritos corresponden a la difusión ordinaria, es decir, las ventas en quioscos, las suscripciones y las compras colectivas (empresas, entidades y administraciones públicas). De las cabeceras citadas, la que menos salida tiene en la calle es La Vanguardia. El año pasado expendió en quioscos apenas 19.600 copias diarias.

Esa ínfima cifra, que la casa no registraba desde el siglo XIX, la compensa en parte con su nutrida y fiel parroquia de suscriptores. El número de abonados ronda los 51.000. Pero su edad media es tan elevada que se asemeja a un cónclave cardenalicio. Por ello, el censo de inscritos adelgaza año tras año, a un ritmo del 4% o 5% debido a las bajas por defunción.

A estas alturas del siglo XXI, la distribución y consumo de prensa se ha desmoronado a los niveles existentes en los años 70 del siglo pasado. El naufragio se explica sobre todo por la irrupción de los medios de internet. Las noticias en línea se pueden consultar desde cualquier lugar del mundo. Además, se actualizan de forma constante. Los lectores llegan a los digitales gracias a los ordenadores, las tabletas y, sobre todo, los teléfonos móviles. Estos últimos aportan el 75% de la audiencia.

Los jóvenes han desertado en masa de las publicaciones impresas. Hoy es casi imposible verlos de compradores en los quioscos.

El prestigioso periodista Martin Baron, director de The Washington Post, auguró hace poco que los órganos mediáticos clásicos se encaminan hacia la extinción.

“Los periódicos en papel no van a sobrevivir. Habitamos en un mundo digital dominado por el teléfono portátil. La gente lee las noticias mientras camina por la calle, mientras espera el autobús, mientras hace cola en el supermercado. La mayoría de los ciudadanos, y especialmente los jóvenes, recibe la información de manera digital y a través de las redes sociales. Esa es la realidad, y tenemos que vivir en ella”.

El propio Baron apunta que obviamente tal medio todavía subsistirá por un tiempo. “Lo cierto es que no hay muchos indicios de que el papel vaya a ser el futuro. Y sin embargo, hay abundantes pruebas de que el papel puede no ser el futuro”.

A título de resumen, creo --por lo derecho y en román paladino-- que la situación se presenta bastante sombría, por no decir que revestida de un intenso tono azabache.