La obligada transformación de la universidad, que solo puede partir de una nítida respuesta al interrogante de qué universidad queremos, nos sitúa ante un desafío que debe responder a un diagnóstico certero, no ajeno a las exigencias que son propias de la ética, acerca de los diferentes problemas que afectan, día a día, al personal docente e investigador, al personal de administración y servicios, y a nuestras alumnas y alumnos. Transformar la universidad no será fácil, pero hay que hacerlo con sentido común, progresivamente, siendo conscientes de la realidad en la que habrán de implementarse los cambios a consensuar y, por supuesto, con la dotación presupuestaria que lo haga posible. Solo de este modo será factible hablar de una universidad "relevante" y capaz de seguir formando a un alumnado cada vez más versátil y que, a lo largo de su vida, deberá enfrentarse a sucesivas transiciones profesionales.

Se acerca un tiempo interesante y decisivo, de hecho ya estamos en él, en el que parece llegada la hora, desde la perspectiva digital, de combinar en el aula la inteligencia artificial y la inteligencia humana. Dicha combinación nos ha de permitir sumar lo mejor de cada de una de estas inteligencias, pero mitigando, en paralelo, los déficits que presenta también cada una de ellas. Para hacerlo, no solo necesitamos un personal que sepa transmitir la pasión por lo que hace, así como un alumnado motivado y exigente consigo mismo, sino también un inaplazable relevo generacional del personal que nos permita combinar la entrada de “gente nueva” en la universidad, con la experiencia de quienes, con ganas de seguir aprendiendo, ya llevan muchos años dedicándose a ella.

Es el momento, como así se ha puesto de relieve en un reciente debate organizado por la Universitat de Barcelona, de interaccionar el factor humano con el digital, siendo conscientes de lo que la universidad es y quiere seguir siendo, y teniendo muy claro también, fruto de la madurez alcanzada, cómo la podemos mejorar. Todo ello debe hacerse reflexionando sobre la viabilidad de sus clásicas estructuras, tanto docentes como de investigación; tomando en consideración el papel fundamental de la transferencia de conocimiento; reclamando la necesidad imperiosa de dotar a las universidades de un nuevo sistema de financiación suficiente y estable; optando por incentivar, lejos del voluntarismo ya llevado al extremo, los cambios de actitud necesarios; apostando por un funcionamiento menos rígido y burocrático que el actual; y tomando conciencia acerca de la heterogeneidad que es propia de los diferentes ámbitos de conocimiento, así como de la conveniencia de apostar por grados cada vez más abiertos.

Para alcanzar estos ambiciosos objetivos resulta obligado abogar por una síntesis equilibrada entre Humanismo y Tecnología. Frente a quienes defienden la existencia de un “profesor-robot” y apuestan, por extensión, por una docencia absolutamente a distancia en la que el aula virtual se convierta en el espacio educativo; así como también en contraposición a quienes entienden que la digitalización de la docencia debe limitarse a seguir impartiendo las clases presenciales del modo tradicional, con el uso de internet como herramienta de simple soporte; parece llegada la oportunidad de apostar por el seguimiento de un sistema de blended learning en el que se combine la docencia física en el aula, probablemente muy útil en cuanto a la formación en contenidos, con aquella otra docencia en aula virtual, más bien dirigida a formar en capacidades y habilidades y en la que la llamada Generación Z, es decir, la nacida desde 1995, se encuentre mucho más cómoda con las nuevas tecnologías y la cultura audiovisual, así como más motivada en orden a involucrarse en la construcción de su propio aprendizaje.

La tradicional clase magistral, a no minusvalorar bajo ningún concepto, deberá ser capaz de integrarse en un nuevo entorno educativo, mucho más colaborativo, en el que interaccione con las oportunidades que nos abren las nuevas tecnologías (vg. el Internet de la Cosas (IoT), Big Data, cloud computing, o las impresoras 3D). Todo ello plantea, además, la necesidad de formar al personal universitario en orden a la correcta utilización de las herramientas digitales y la capacidad para sortear riesgos como los ciberataques, así como de implementar la digitalización de la gestión y administración universitarias.

El reto es mayúsculo, pero está en juego no ya la universidad, que subsistirá, sino algo más importante: su relevancia en la sociedad del siglo XXI. Y ante esta realidad, quién mejor que la Universitat de Barcelona, universidad catalana más solicitada en primera opción para el curso 2018-2019, como para liderar este decisivo cambio, especialmente si cuenta con un equipo de gobierno que sea capaz de tomar, fruto del máximo consenso posible y alejándose de la comodidad de la inacción, decisiones institucionales en la dirección apuntada.