¿Cuándo seremos capaces de contar lo que estamos viviendo los catalanes? ¿Cuántos puentes sentimentales caídos existen bajo el silencio estremecedor del procés? No podremos ir del silencio al olvido y del olvido al perdón, porque el soberanismo no solo no acepta su error sino que seguirá con su desacato, mientras dos millones de catalanes quieran un referéndum de autodeterminación. Con la política convertida en “un espectáculo de aclamación”, como escribió Habermas, el cálculo nacionalista es un error irresponsable que vulcaniza a su propio pueblo, como lo hizo David Cameron, al inventar del referéndum del Brexit pensando que saldría no y que él entraría en Westminster coronado de laurel y a hombros de los toris, como Belmonte en las tardes de gloria y color. Después del Brexit y el procés, muchos hemos perdido el habla, sin darnos cuenta de que la conversación leída es el método supremo de formación.

El activismo de los líderes no significa activismo del pueblo, como explica la politóloga Nadia Urbinati (La democracia representativa; Ed Prometeo) y por tanto uno puede ser un resistente emboscado. Frente a la ducha diaria de identidad, el pueblo muestra signos de agotamiento y en su lugar el teatro ofrece, una vez más, la lectura paródica y rabelesiana a cargo de Els Joglars, con Señor Ruiseñor; y en paralelo, se produce la nueva entrega del desarme vasco, en Los otros Gondra, obra de memoria sobre los ladrillos que un día puso Fernando Aramburu con Patria (Tusquets editores), aquella narración vertiginosa, que empieza en el día en que ETA abandonó las armas. Ambas piezas llenan aforos de enjundia en el Madrid de las letras y los escenarios, en el María Guerreo y en el Español. De momento, Barcelona se queda fuera de la agenda de Señor Ruiseñor, “porque no hemos sido alquilados por ningún teatro”, dice el director, Ramón Fontseré, y de paso evita pronunciarse sobre los tomatazos y huevos que recibiría la compañía de un respetable sin códigos. Sin olvidar el temor a una kale borroka de baja intensidad a la puerta del teatro o en el mismo proscenio. La pieza de Joglars recurre al pintor Santiago Rusiñol para parodiar sin compasión el culto a la mentira histórica en el que ha caído el soberanismo y para mostrar extremos ridículos, como el deseo cierto de la expresidenta del Parlament, Carme Forcadell, de convertir el Macba (clave del arte contemporáneo) en un Museo de la Identidad.

Por su parte, Los otros Gondra aprieta el paso como una historia dentro de la historia de la familia Gondra, que conocemos por estar ya dramatizada, en pleno proceso de memoria tras los años duros de ETA. Autobiografía y ficción, partiendo del dolor que infligieron los terroristas, el olvido rápido como un cierre en falso y al recurso a viajar desde la responsabilidad a la libertad; una palinodia, recuento posterior. Este segundo capítulo Gondra representa la catarsis que no tendrá lugar en Cataluña a causa de la pervivencia obsesiva de quienes pusieron en marcha el procés para tratar de desenterrarlo más adelante. Estos ridículos señores de las máscaras se escudan en el  “nosotros no hemos matado a nadie”. Como si no supieran que su escenario genera el odio que conduce al crimen; y no digo que lo pretendan, solo rescato su asombrosa inconsistencia moral.

La Cataluña asilvestrada clama “España es Bárcenas y Vox” para culminar el derecho racial superior, que defendieron el doctor Bartomeu Robert (exacalde de Barcelona con estatua actual en la Plaza Tetuán) o el mismo Heribert Barrera, expresidente de ERC y científico genetista (loado a menudo por la misma Marta Ferrusola), experto en la medición del diámetro del cráneo catalán respecto al del resto de seres humanos de la península. La alianza PP-Vox se extenderá por España en los comicios municipales de mayo como un rearme de la derecha frente a los pactos presupuestarios de Sánchez con los partidos independentistas. En el mapa de calor de las dos Españas, sube la temperatura; el Sur cambia de bando y el litoral mediterráneo se agazapa bajo una alianza contra natura entre un partido jacobino, como el PSOE, y el soberanismo disgregador.

La política se aferra a sus demonios familiares; en manos de las redes, “la libertad infinita de la palabra diluye poco a poco lo que queda de razón” dice Sami Nair. Los que querían desregularlo todo prometieron “desalojar a las élites de la política y devolverla a los padres, madres, jóvenes, ciudadanos de a pie, para que fueran los auténticos sujetos”; así se expresó David Cameron el 26 de mayo del 2009 en una entrevista en The Guardian. ¿A qué parece imposible? El premier más tóxico de la historia del Reino Unido se parecía entonces el inofensivo reverendo que auxilia al Padre Brown en las historias de Chesterton, que la BBC se encargó de convertir en serie televisiva. En las narraciones del padre existe pecado, reconocimiento de culpa, castigo, expiación de la culpa y perdón. Chesterton llegó tarde y afilado a la fe católica, pero Mas, Junqueras, Torra o Turull, aunque lleven toda la vida entre casullas, no lo ven. Ángeles con gorro frigio, limpios de toda culpa, no tienen nada que expiar; por eso, su parodia, Señor Ruiseñor, resulta demoledora.