A diferencia de la derecha y de la extrema derecha, uno no cree que los españoles vivamos sometidos a una dictadura comunista. Yo lo único que veo es un gobierno imposible cuyo presidente y vicepresidente se detestan mutuamente y se entorpecen la respectiva actividad todo lo que pueden, con los funestos resultados que esa praxis puede ofrecer a la comunidad. ¿Dictadura comunista? No. ¿Gobierno precario en manos del arribismo oportunista de Sánchez y el bolivarianismo rancio de Iglesias? Sin duda. Pero si algo no debería hacer ese gobierno que se sostiene con alfileres --gracias, entre otras cosas, a una oposición que parece que le ha bajado Dios a ver-- es fomentar la interesada paranoia de Casado y Abascal con iniciativas tan penosas como el vodevil arrevistado que acaban de protagonizar el ministro del Interior y el jefe de la Guardia Civil en Madrid a raíz de un informe encargado a ésta por una jueza en base a la discutible actitud gubernamental en los albores del coronavirus.

Dicho informe debería haber ido directamente de la Guardia Civil a la jueza, pero de alguna manera acabó en manos de Grande Marlaska --quien no tenía por qué leerlo, ya que nadie le había dado vela en ese entierro--, el hombre se rebotó porque el ejecutivo no salía muy bien parado y, ni corto ni perezoso, cesó al coronel Pérez de los Cobos aduciendo la proverbial pérdida de confianza, concepto que suele querer decir cualquier cosa y ninguna buena. Para acabarlo de arreglar, Grande Marlaska les sube el sueldo a los picoletos, sobreactuación que se mueve entre el soborno y el latinajo (excusatio non petita, acusatio manifesta). Brillante maniobra, sí, señor, ideal para que Casado y Abascal se reafirmen en su delirio de la dictadura chavista que nos atenaza.

Añadamos al disparate un efecto no deseado: la alegría macarena de los separatistas, que se sienten vindicados por el cese de alguien que no es el facha infame que ellos desearían que fuera, sino el que los puso en su sitio cuando tocaba mientras el mayor Trapero lo sometía a una sobredosis de patrañas y medias verdades que le acabará costando cara. La aparición en TV3 de Meritxell Budó, luciendo su sonrisita más irritante e insinuando que ellos ya sabían que Pérez de los Cobos era un indeseable y que al gobierno le tocaba ahora probar su propia medicina, fue un claro ejemplo de lo que siente en estos momentos el club de fans de Puchi. Como para echar más leña al fuego siempre se puede contar con Pablo Iglesias, el hombre también se ha puesto a gusto con el coronel, aunque en estos momentos sean sus tropas las que lo protegen de las iras de los borjamaris en Galapagar.

La reacción de la prensa tampoco ha sido como para echar cohetes, lo cual no es de extrañar cuando nuestros políticos se comportan como si estuviésemos en 1934 (no sé ustedes, pero yo detecto un guerracivilismo irresponsable que no puede traer nada bueno). Los diarios han tomado partido. Unos defienden al gobierno y cargan contra Pérez de los Cobos, la jueza y cualquiera que ponga en duda la bondad angelical del ejecutivo; otros se apuntan a lo de la dictadura comunista y convierten a Grande Marlaska prácticamente en Beria (si partes de la base de que Iglesias es Stalin, la cosa tiene su lógica, por desquiciada que sea).

En su época de juez, Grande Marlaska mantuvo siempre una actitud admirable, pero algo le ha pasado al convertirse en ministro. Meter la nariz en informes que no van dirigidos a él es excederse en sus atribuciones. Cesar a alguien de un plumazo y, acto seguido, sacarse de la manga un aumento de sueldo largamente reclamado es de una torpeza inverosímil. Ignoro si el informe de marras es de fiar o si se trata de esa chapuza antigubernamental de la que hablan nuestras derechas, pero quien tenía que decidirlo era la jueza que lo encargó, no el ministro que lo pilló de matute y se lanzó alegremente a cortar cabezas y aceptar dimisiones de picoletos airados.