Son muchos los políticos que afirman que Europa es el futuro, pero hay una gran parte de la población para la que Europa no es ni el presente. Véase el lamentable asunto del Brexit, por ejemplo. U otros casos menos espectaculares de insolidaridad, como la reacción de la justicia belga y alemana a las euroórdenes del juez Llarena. Se supone que Europa es una unión de estados democráticos en la que reina la confianza mutua y en la que no se miran con lupa dichas euroórdenes, pero, en la práctica, como hemos podido comprobar los españoles, un tribunal germánico de provincias puede hacer caso omiso de la euroorden de turno o interpretarla a su manera. La actitud de Alemania y Bélgica ha tenido, además, un punto humillante, como si España no fuese un país de fiar que todavía estuviese controlado por el general Franco -como hacen que creen los separatistas catalanes, por necesidad, y los de Podemos, por si pillan algo- y cuyo respeto a los derechos humanos resultara más bien discutible.
El tema de la inmigración masiva desde depauperados países africanos es otro frente abierto en Europa, donde muchos se apuntan al bonito refrán Que cada palo aguante su vela en vez de implicarse en el asunto, comportándose como ese vecino del primer piso que no quiere poner ni un euro para instalar el ascensor porque a él no le hace ninguna falta. Tras el bello gesto de acoger a los pasajeros del Aquarius -a los que el animal de Matteo Salvini pretendía dejar que se ahogaran en el Mediterráneo-, Pedro Sánchez le ha solicitado a Jean-Claude Juncker una mayor implicación de la unión en el asunto, a lo que éste le ha respondido que hará lo que pueda, pero que, de momento, el presupuesto destinado al salvamento de negros es reducido porque son muchos los países que, al no afectarles directamente la avalancha migratoria, se muestran renuentes a apoquinar lo que deberían ante un problema de alcance europeo.
Salvini es un fascista y un animal de bellota, pero antes de que llegara al poder, cuando los inmigrantes ya llegaban a manadas a la isla de Lampedusa, la actuación de la unión europea consistió, básicamente, en mirar hacia otro lado y dejar que los italianos se apañasen como pudieran con los africanos deshidratados. Ese egoísmo y esa insolidaridad nos han llevado ahora a un gobierno infame en Italia, al que se la pela que la gente se le ahogue ante sus ojos. La idea de que la frontera del continente está en Italia o en España es perversa y miope. La frontera es Europa y todos sus países deberían tenerlo claro si no queremos que la discusión la sigan manteniendo los badulaques bienintencionados de los papeles para todos y los miserables egoístas de la cuerda del señor Salvini.
La Unión Europea fue al principio el Mercado Comun. Es decir, una seudo unión a regañadientes de países que se detestaban, pero a los que les importaba el dinerito. Ahora no puede seguir siendo eso. Sobre todo, cuando los líderes de ciertas superpotencias son matones sin conciencia social alguna como Donald Trump o Vladimir Putin. Si los europeos queremos pintar algo en el mundo debe unirnos algo más que el amor al dinero. No podemos seguir yendo cada uno a la suya, aunque nos enfrentásemos en guerras hace años o siglos. Ya hemos fabricado a Salvini. ¿Queremos que en España vuelva a ganar el PP para que se nos ahoguen los negros a docenas mientras nacionales y extranjeros nos tostamos al sol de nuestras playas?