Pongamos, es un suponer, que estás cosiendo a puñaladas a alguien o violando a un niño de ocho años y que te detienen porque una cámara ha captado tus atrocidades. Y que, una vez trincado, en vez de pedir disculpas a la sociedad, sostienes que la grabación es ilegal, que ha habido una intromisión inaceptable en tu vida privada y que se ha cometido un delito contigo que hay que investigar, ya que no hay derecho a que se expongan tus actividades criminales sin tu consentimiento.
Salvando las distancias, encuentro muy parecida la reacción de Pedro Sánchez a la publicación por el diario El Mundo, que los va racionando para fidelizar al lector, de los WhatsApp intercambiados tiempo atrás entre el presidente del Gobierno y su entonces mano derecha, José Luis Ábalos, actualmente caído en desgracia en el PSOE y refugiado en el grupo mixto para conservar el aforamiento ante el marronazo que previsiblemente se le viene encima por sus impresentables trapisondas sexuales financiadas con dinero público.
En vez de reconocer que, cuando está en confianza, se comporta como un gañán y cede a la retórica tabernaria, Sánchez se indigna por la publicación de sus WhatsApp con ese émulo de José Luis Torrente al que tanto apreciaba antes de que le trajera problemas, dice que esa publicación constituye un delito que hay que investigar, y pone cara de a mí que me registren. Menos reconocer la realidad (que tenía por costumbre poner a caer de un burro a sus ministros), cualquier cosa.
Lamentablemente para él, al español medio se la sopla quién ha difundido los mensajitos -si algún mando de la UCO que se la tiene jurada, o si el propio Ábalos, como aviso a navegantes de que cuidadito con él, que aún tiene más balas en la recámara-, y sólo se fija en lo que ha visto escrito que, si no justifica su retiro de la política, sí resulta desolador.
Según Margarita Robles, no tiene importancia alguna que su jefe la califique de “pájara” o diga que “duerme con el uniforme”. Intuyo que la señora Robles es de las que sí se le mean encima, dice que llueve. No así Susana Díaz, que se ha sentido muy dolida por los comentarios de Sánchez y Ábalos a su respecto. Una cosa es que te lo diga alguien, ha manifestado, y otra, que lo veas escrito negro sobre blanco.
Negro sobre blanco. Ahí está el quid de la cuestión. La fuerza y contundencia de la palabra escrita es demoledora. Puede ser que cualquiera de nosotros tuviera problemas si se hicieran públicos sus mensajes telefónicos, pero la verdad es que no le interesan a nadie y pasarían desapercibidos. Tal vez se disgustaría alguien que pensara que le apreciábamos más de lo que realmente le apreciábamos, pero eso sería todo. La cosa cambia cuando el boquirroto desenmascarado es el presidente de un Gobierno. Un presidente que, además, colecciona problemas relacionados con su círculo más cercano: su esposa y su hermano están siendo investigados por diferentes y posibles corruptelas, como todos sabemos.
Pedro Sánchez sobrevivirá a este sindiós como ha sobrevivido a los anteriores, pero ha quedado como un cochero y eso lo acabará pagando de una manera u otra. Además, esa imagen de buen chico que proyecta, aunque ya sólo se la crean sus sicofantes políticos y la sección de informativos de TVE, ha quedado seriamente dañada (pensemos también en las declaraciones de Lambán sobre las airadas llamadas telefónicas que sufría del presidente, en las que este mostraba un carácter iracundo y propio de un matón).
Los fans de Sánchez van a tener a partir de ahora otro desastre que disculpar. Los que no lo pueden ni ver acaban de acceder a una faceta de su personalidad especialmente desagradable. Y parece mentira que alguien como Sánchez, que sólo piensa en sí mismo y al que su partido y su nación se la pelan lo más grande, no haya tenido claro que nunca hay que dejar nada por escrito. Las palabras se las lleva el aire, pero lo escrito no hay manera de borrarlo, especialmente en el ciberespacio. Algo que alguien tan proactivo y resiliente como él debería haber intuido.