El otro día vi por la tele a Mark Rutte comentar de manera jocosa que Ucrania nunca formaría parte de la Unión Europea (para alegría de Vladímir Putin, supongo) y no me pareció la manera más adecuada de que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, nos tenga en cuenta a los europeos a la hora de planificar el futuro de su país.
¿Fue una rabieta del holandés por haberse reunido con Donald Trump antes que con Ursula von der Leyen? No lo sé, pero una opinión tan tajante y tan favorable a los intereses rusos me pareció que estaba un poco fuera de lugar.
En todo caso, ¿no sería más práctico torearse a los ucranianos como llevamos décadas haciendo con los turcos? ¿A qué venía tanta radicalidad?
Por parte de Zelenski, me ha parecido un acto tirando a feo lo de reunirse antes que nadie con el hombre de color naranja suave (para el naranja fuerte, nadie supera al modisto Valentino).
Es comprensible, dado que la actitud europea ante casi todo siempre consiste en hablar mucho y prodigar las buenas intenciones para no llegar a ninguna parte, e igual el bueno de Volodímir ha pensado que con el expeditivo Trump sus males pueden tener antes algún tipo de remedio.
En cualquier caso, los americanos no le han pintado un futuro glorioso. Ya le han dicho que se olvide de recuperar la totalidad de su maltrecho país, que se prepare a pagar con los minerales del territorio la ayuda, las armas y la reconstrucción (de la que se encargará, intuyo, alguna empresa relacionada de una manera u otra con Trump, como sucederá en Gaza si tira adelante el plan de expulsar a los palestinos y montar un resort que convierta la zona en el Mar-A-Lago de Oriente Medio).
O sea, que el plan del Donald consiste en dejar Ucrania sin parte de su territorio y en convertirla en deudora permanente de los Estados Unidos. No es que los europeos nos hayamos matado a la hora de ayudar a Zelenski, pero, por lo menos, le hemos pasado armas, le hemos mostrado nuestra solidaridad y hemos reconocido públicamente que Vladímir Putin es un ser humano de muy poca calidad.
Más de lo que ha hecho el Donald, que está a partir un piñón con el sátrapa ruso (creo que pronto se reunirán para ponerse de acuerdo sobre cómo repartirse Ucrania, mientras Europa observa el encuentro papando moscas).
Ya sabíamos que Putin estaba muy interesado en jorobarnos: basta recordar sus interferencias permanentes para crear división, como la del prusés, sin ir más lejos, que nuestros jueces se han tomado con una pachorra digna de mejor causa.
Pero ahora tenemos a un Donald Trump con las mismas intenciones (“Europa no nos quiere, Europa no nos compra nada”, lloriqueaba hace unos días por televisión). Y su vicepresidente, James Donald Bowman, alias J. D. Vance, nos acaba de pegar la bronca por abandonar los buenos viejos valores occidentales y decirnos que somos más dañinos para la democracia (tal y como él la entiende) que el propio Putin, que, además, se lleva muy bien con su jefe.
Y tan ancho se ha quedado nuestro Hillbilly Vanilli (mote proveniente del título de su novela Hillbilly Elegy, con la que se forró el riñón, aunque estaba trufada de trolas sobre su infancia y adolescencia, menos duras de lo que afirmaba el libro).
Dice Trump que tenemos que empezar a defendernos solos, y para ello nos urge a que invirtamos más en defensa. Eso y la prohibición del cambio de sexo a niños creo que son las dos únicas cosas en las que le doy la razón.
Pero tenemos que armarnos no para hacer feliz a Trump, sino para protegernos de él, que se muere de ganas de dejarnos en manos de su compadre Vladímir. Llevamos mucho tiempo acostumbrados a que los EEUU nos saquen las castañas del fuego, y el Donald ya ha dicho que eso se ha terminado.
Inevitablemente, saldrá Irene Montero a decir que no hay que incrementar el presupuesto de defensa, sino quintuplicar el de la lucha contra la violencia de género, pero con no hacerle ningún caso estamos al cabo de la calle.
Y nuestras armas deben servir para que Ucrania gane esta puñetera guerra y para que Putin vea que esa Europa que tanto asco le da le planta cara. No solo hay que salvar a Zelenski de Putin, sino también de Trump.