Los émulos procesistas de Stan Laurel y Oliver Hardy se han reunido en Waterloo para aparentar que ya no se detestan y que hasta se llevan bien, pues acaban de reparar en que les une el sagrado objetivo de la independencia de Cataluña, que les obliga a dejar de tirarse del moño y hacer como que reman en la misma dirección y en la misma barca.

Es curiosa la diferencia que hay entre la imagen que Puigdemont y Junqueras tienen de sí mismos (políticos astutos y audaces, padres de la patria, controladores del destino del país que les oprime) y la que tenemos de ellos los que llevamos años soportándolos (dos pelmazos monomaníacos, cansinos y recalcitrantes que no quieren reconocer que su causa ha fracasado y solo sobrevive con la respiración asistida que les ofrece Pedro Sánchez porque necesita el apoyo separatista para lo único que le interesa en este mundo, que es mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque todo apunta a que la situación es insostenible y lo mejor que podría hacer sería convocar elecciones).

El beato y Puchi se han reunido en la Casa de la República como si fuesen dos líderes mundiales, acompañados por sus respectivos secuaces, Elisenda Alamany y Jordi Turull (también conocido como Tururull).

Se han tirado más de dos horas hablando, en teoría, de cómo revivir el proceso independentista (en la práctica, de todo lo que pueden hacer para amargarle la vida a Sánchez y sacarle todo lo que puedan: en ese sentido, es Cocomoho a quien más motivado se le ve, lo cual no es de extrañar, ya que el beato es un político legal --aunque cueste creerlo-- y él es un fugitivo de la justicia convertido en interlocutor válido por un trepa carente de ética y sobrado de amor al poder).

Puchi insiste en su cuestión de confianza. Sánchez, en vez de enviarlo a tomar viento, sigue encajando sus humillaciones y retrasa la decisión de ceder o no a dicha cuestión (que solo él puede activar, como presidente del Gobierno).

Puchi no se contenta con su moción. Insiste en el traspaso de las competencias en inmigración, pero no le parece bien que Grande-Marlaska especifique que el control de fronteras es una prerrogativa estatal (aunque con suma educación, no se vaya a enfadar el fugitivo y peligre el sillón del señorito).

También exige que en Europa se hable catalán. O le dan todo lo que pide o le retira el apoyo a Sánchez y que éste se apañe como pueda.

¿Qué es lo que gana con ello? Lo ignoramos, pues tampoco está dispuesto a llegar a ningún tipo de acuerdo con el PP (que está haciendo un papelón lamentable en este asunto y constituye una oposición tan penosa como el Gobierno).

Tengo la impresión de que Puchi ha entrado en la fase ”Después de mí, el diluvio”. No hay nada en sus movimientos que permita atisbar algún tipo de estrategia que le permita reintegrarse a la política española (imposible si no le cae la anhelada amnistía).

Es como si se hubiese dado cuenta de que lo único que está a su alcance es hacer la puñeta urbi et orbi y se aplicara con saña a esa función.

Entre otros motivos, porque España se lo permite desde que Sánchez vio que lo necesitaba y, careciendo completamente de escrúpulos morales, buscó el apoyo de un delincuente para conservar su puesto de trabajo (estaba medio muerto cuando el presidente salió en su rescate, que también era el suyo).

Entre uno y otro han fabricado un país que da una mezcla de risa y pena. Y que además no parece que vaya a mejorar mucho con la oposición que nos vemos obligados a padecer.

El Gordo y el Flaco son dos pesados ridículos que deberían haberse dado cuenta hace tiempo de que la fiesta se acabó años ha.

Solo les queda la nostalgia de cuando iban de masters of the universe, que queda claramente de manifiesto en ese coche en el que Hardy pasea a Laurel y cuya matrícula personalizada es 1-0-2017 (o sea, la fecha del referéndum de independencia que acabó como el rosario de la aurora).

Cualquiera que aspire a gobernar España debería prescindir de esta pareja de augustos en vez de echarles gasolina en el haiga de matrícula personalizada. El beato todavía es recuperable para un país más o menos normal, pero el otro es intratable y sus únicos destinos posibles son la cárcel en España o una calle de Bélgica por la que hablar solo.

Lo que no se puede hacer es ayudarle a que nos haga la puñeta, que es por lo que ha optado Sánchez y lo que tendrá que acabar abandonando cuando vea que su final es inevitable entre la parienta, su hermano, Ábalos, Koldo, el fiscal general del Estado, sus líos (y los del gurú Zapatero) con Venezuela y vaya usted a saber cuántos disparates más.

De momento, sigue retrasando el hundimiento. Ahora, demorando lo de la moción de confianza. Luego, Dios dirá. Y, mientras tanto, beneficiándose del sindiós, Laurel y Hardy se reúnen en Waterloo como los vencedores de la segunda guerra mundial en Potsdam, contribuyendo, con la complicidad de Sánchez, a que el español medio se quede con la impresión de que vive en un país que da asco.