Empecé a intuir que Alvise Pérez lo iba a petar en las europeas el mismo día de las elecciones, mientras ejercía de presidente de mesa en un colegio electoral de mi barrio barcelonés (ya les di la chapa al respecto hace unos días), cuando vi que el hombre cosechaba 13 votos mientras el partido al que yo había votado, Izquierda Española, se tenía que conformar con tres (que conste que yo era plenamente consciente de estar tirando mi voto a la basura, pero soy un sentimental y por Izquierda Española rondaban viejos compadres de los primeros tiempos de Ciutadans como Francesc de Carreras, Félix Ovejero y Sergio Sanz). Trece no es un número muy alto, pero que en mi zona del Eixample hubiese 13 vecinos que creían en Alvise me resultó bastante desolador. Luego me enteré de que el tuitero bocachancla había cosechado la friolera de 800.000 votos en toda España y mi conclusión fue la frase que encabeza este artículo (que también habría podido titularse Éramos pocos y parió la abuela).
Llevaba yo algunos años oyendo hablar de Luis Pérez Fernández (Sevilla, 1990), popularmente conocido como Alvise (que, según él, es Luis en italiano, aunque yo siempre había creído que los luises italianos se llamaban Luigi), y lo tenía conceptuado como un tuitero sensacionalista y antitodo (aunque claramente escorado hacia la derechona) especializado en esparcir bulos y buscarse querellas judiciales a fuerza de atacar -mintiendo, si hacía falta- a variopintos representantes del progresismo (y seudoprogresismo) español: Manuela Carmena, Ana Pastor, Salvador Illa, el dúo cómico Puente & Ábalos…
El hombre había hecho sus pinitos en la política tradicional, primero en UPyD, luego en Ciudadanos (de ayudante de Toni Cantó, que nunca se mató a currar precisamente, por lo que intuyo que el amigo Alvise jamás llegó a herniarse en el cumplimiento de sus obligaciones). Luego debió llegar a la conclusión de que todos los políticos españoles daban asco (en eso no le voy a llevar la contraria), se endiosó ligeramente y se dedicó con saña al arte del tuit criminal y frecuentemente engañoso. Ya sabía que tenía hinchas a cascoporro, pero no podía evitar considerarle un chiste sin mucha gracia, una de esas excrecencias del sistema (a lo Eric Zemmour) que se dedican a despotricar, pero nunca acabarán siendo políticamente relevantes. Como hemos podido comprobar, me equivoqué por completo.
Supongo que vivimos una época propicia para la aparición de cantamañanas de extrema derecha como el sujeto que hoy nos ocupa. Ciertamente, los partidos tradicionales, PSOE y PP, cada día dan más grima. Y las novedades a izquierda y derecha dan lo que viene siendo ascopena (neologismo brillante donde los haya), como demuestran a diario Sumar, Podemos y Vox. Ante semejante situación, comprendo perfectamente la abstención del ciudadano hastiado de votar siempre a lo que menos asco le da, pues el hombre (o la mujer) desearía poder elegir alguna vez a alguien que le inspirara cierta confianza. Pero lo que ya me cuesta más entender es que 800.000 compatriotas hayan votado por Alvise, que a mí me parece un indocumentado, un rebelde sin causa sin nada que ver con James Dean y un gañán de nivel cinco del que basta con oír tres frases para llegar a la conclusión de que con alguien así no se puede ir ni a la esquina (y mucho menos a Europa).
Intuyo que sus votantes se dividen en dos sectores: los que se lo toman en serio y creen que el hombre será la voz de los sin voz en el Parlamento Europeo y el martillo de nuestros políticos tradicionales y los que, simplemente, hartos del sindiós generalizado en España, han optado por Alvise para contribuir a que todo reviente de una vez. Ese tipo de voto ya se ha dado en el pasado, pero con un poco más de dignidad: recordemos cuando se presentó a las elecciones autonómicas catalanas Carmen de Mairena, respaldada por un tipo de Salou que se había colado en el ayuntamiento de su pueblo, donde oficiaba bodas disfrazado de Elvis hasta que lo echaron. Había allí un ingrediente, entre dadaísta y petardista, que no dejaba de tener su gracia (recordemos los bonitos eslóganes rimados de Carmen: Artur Mas, te voy a dar por detrás y Pepe Montilla, cómeme la pepitilla) y gracias al cual sacaron más votos que la UPyD de Rosa Díez.
Pero Alvise, ¿alguien me puede decir qué gracia tiene? El tuitero bocazas y tremendista va a montar unos números en Europa que no contribuirán al buen nombre de España (como los del comando Waterloo, reducido ahora al chaquetero profesional Toni Comín). Y él mismo reconoce que la inmunidad parlamentaria le viene muy bien para seguir difamando a diestra y siniestra sin tener que acabar en el banquillo: no sé cuantas veces lo han echado ya de Twitter (ahora X), pero seguro que encuentra alguna manera de seguir el ejemplo de Donald Trump y comunicarse con sus fans a través de una red social, aunque se la tenga que inventar.
Alvise se va a Europa con dos de sus leales. O sea, los mismos parlamentarios que Sumar y uno más que Podemos (y dos más que ERC y Junts). Gracias a 800.000 cenutrios (lo siento, pero no se me ocurre una definición más digna para sus fans), un bocazas deviene político y dice que se va allende nuestras fronteras a hacer justicia. ¿Tiene algún programa político? A mí no me consta (los partidos tradicionales suelen tenerlo, aunque también es verdad que ninguno lo cumple). Su actitud es una versión siniestra de la del protagonista de la película de Frank Capra Mr. Smith goes to Washington. Hay quien ve a un caballero andante donde otros solo vemos a un caradura infatuado con ganas de vivir de la política mientras se lo permitan. Y las cosas ya están bastante mal en Europa como para que se cuelen más mamarrachos de extrema derecha a liar la troca.
Estoy convencido de que la difunta Carmen de Mairena habría hecho en Europa un papel más digno que Alvise Pérez. O, por lo menos, más divertido. Pero dado que uno es severo, pero justo, le voy a dar los cien días de rigor al señor Pérez, a ver si es capaz de montar algún cirio emparentable con los clásicos de Berlanga y Azcona. Esmérate, Alvise, que por ahí igual te salvas.