Todos sabemos que Felipe González y Alfonso Guerra no soportan a Pedro Sánchez y están que trinan con el rumbo que ha tomado para el partido de sus entretelas desde que vio que necesitaba el apoyo de un prófugo de la justicia para mantenerse en el cargo de presidente de la nación. Lo pudimos comprobar de nuevo hace unos días, en el Ateneo de Madrid, durante la presentación del último libro de Guerra, cuando éste y su viejo compadre (separados por una larga convivencia política y la inevitable fatiga de los materiales y unidos milagrosamente por el actual secretario general del PSOE y sus trapisondas para conservar el poder a cualquier precio) pusieron de vuelta y media a su sucesor y le afearon en público su conducta, que a muchos nos parece lamentable, tanto desde la izquierda como desde la derecha.

Guerra, con esa gracia que Dios le ha dado, incluyó en la reprimenda a Yolanda Díaz con un comentario algo machista (lo de lo que hace la vicepresidenta entre sus visitas a la peluquería) que ésta, en plan tonta que mira el dedo cuando se le señala la luna, se llevó al terreno del feminismo tontorrón que tan bien representa (mientras se mantenía callada ante la pregunta retórica de González acerca de cómo se atreve a dar lecciones a Núñez Feijóo si ella nunca ha ganado unas elecciones a nada). Como era de esperar, se produjo el inevitable rasgado de vestiduras entre los ofendiditos en general y los fans de Sánchez en particular, y la opinión más generalizada fue la de que dos carcamales como González y Guerra (que no diré que sean unos angelitos: también tienen sus cadáveres en el armario) no tenían derecho a abrir la boca sobre la triste deriva oportunista del PSOE pues, como dinosaurios del partido, momias de la Transición y reliquias del Régimen del 78, lo que les toca es callar como muertos (y a ser posible, intuyo, morirse cuanto antes, a ver si así dejan de rajar). Desde el PSOE convertido en club de fans de Sánchez, displicencia y edadismo; desde el feminismo chungo, indignación; y desde el lazismo, claro está, insultos y referencias a la cal viva. Parece que, cuando eres un jubilator octogenario, no puedes discrepar de la línea de tu partido (y aunque no hayas alcanzado ni esa edad ni esa condición, tampoco: recordemos los casos de Leguina o Redondo Terreros).

Aquí la cosa va de si un político jubilado puede opinar sobre lo que hacen sus sucesores en activo. Hace muchos años, el propio González pareció apuntar que era mejor no hacerlo, comparándose a sí mismo con un jarrón chino que queda muy aparente, pero no sirve para nada práctico. ¿Pero qué puede hacer el jarrón chino cuando ve que se resquebraja sin que a nadie parezca importarle? Pues si se trata de un jarrón dotado del don de la palabra, como es el caso, se protesta: luego te ponen de vuelta y media, pero tú ya te has quedado tranquilo, sobre todo si, como uno piensa, te asiste cierta razón en tus quejas.

Nunca he ocultado mis opiniones sobre Pedro Sánchez. Lo considero una desgracia nacional y un peligro evidente para la izquierda, la socialdemocracia y la estabilidad del Estado. Es más listo que Rodríguez Zapatero y, en consecuencia, más dañino. Va a su puta bola y ni se toma la molestia de disimular: cuando habla de progreso y concordia, sabemos que está pensando en su cargo y en cómo continuar en él, convenciendo incluso a sus múltiples sicofantes de que las últimas elecciones generales las ganó él, aunque sólo fuera moralmente, ya que el PP se había aliado con la extrema derecha, mientras que él solo pedía el apoyo de una variada pandilla de enemigos del Estado, algo que, al parecer, no reviste la menor gravedad, como demostró el interfecto en la ONU hace unos días al suscribir las tesis de los procesistas y afirmar, con todo su papo, que nunca debería haberse judicializado el motín de los de Puigdemont y el beato Junqueras (¡el poder legislativo metiendo las narices en el judicial y quedándose tan ancho!). Parece que nadie le ha explicado que TODOS los delitos conducen a la judicialización, tanto si se trata de un robo de gallinas como de una asonada separatista.

El viejo comentario de Guerra acerca de que el que se mueve no sale en la foto lo ha puesto brillantemente en práctica Pedro Sánchez, como se ha visto en la respuesta de sus leales a las (supuestas) inconveniencias del Dúo Dinámico del PSOE: como un solo hombre (o mujer), todos los pelotilleros que rodean a Sánchez han salido en defensa de su jefe y han cargado de manera despiadada contra esos dos viejos que, no lo negaré, cada vez se parecen más a una versión cabreada de los dos yayos que salían al final de cada episodio de Los Teleñecos a despotricar o a decir gansadas. Pero hay algo que ni Sánchez ni sus minions pueden negar: que hay en España un sector de la izquierda que no traga con las maniobras orquestales en la oscuridad (o a plena luz del día, que es aún peor) del presidente en funciones para no perder el sillón. En el actual PSOE, ese sector parece minoritario, pues ya se sabe que el amor al cargo se contagia, pero la deriva oportunista (e inmoral) del partido puede acabar pasándole factura, por mucho que el CIS insista en que ganarían las elecciones en caso de repetición (algo de lo que Sánchez no debe estar tan seguro cuando huye de ellas como de la peste). Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero el partido socialista francés fue fundamental hasta que François Hollande y otros cerebros privilegiados se lo cargaron, y ahora es prácticamente irrelevante, con la pobre Anne Hidalgo en París, resistiendo cual última de Filipinas. Intentando desactivar a los diplodocus González y Guerra y purgando a los desafectos, Sánchez puede acabar creando un cisma de mucho cuidado y dejando a la izquierda española en peor situación de la que ya está (gracias, en parte, a la contribución de Podemos y Sumar, que ha sido de abrigo).

Aunque ganó las elecciones, el PP en el poder me hace tanta ilusión como una patada en el escroto, pero acusar a cualquiera que disienta (los diplodocus, en este caso) de hacerle el juego a la derechona es sencillamente miserable. Ante nuestro lamentable bipartidismo, uno echa de menos alguna agrupación que se parezca a los Ciutadans de sus comienzos, un partido de centro izquierda que crea en la socialdemocracia y no pacte con enemigos del Estado para mantenerse en el poder. Con esa intención parece nacer La Tercera España, iniciativa en la que encontramos a gente como Fernando Savater, Francesc de Carreras o Iñaki Ezkerra, personas contumaces donde las haya. Aunque nos van a pillar cansados a quienes apoyamos a los primeros Ciudadanos, espero sinceramente que alcancen sus objetivos: más que nada porque, si todo lo que se les ofrece a los españoles es elegir entre un arribista sin escrúpulos y un pusilánime sin carisma, apaga y vámonos.