Agobiado por el terror que le inspiraba su propia sexualidad, un argelino recién separado de su mujer decidió hace unos días suicidarse por persona interpuesta entrando en una comisaría de Cornellà con un cuchillo en la mano y profiriendo los gritos de ritual (o sea, lo que de Alá es lo más grande del mundo, ¡por la gloria de su madre!, y tal). Evidentemente, lo cosieron a balazos. Y ahora, la familia se quiere querellar con la policía autonómica porque parece que esa no es la manera adecuada de conseguir que un tipo con un cuchillo deponga su actitud. Yo creo que alguien debería llevar a juicio a esa familia intolerante que convirtió la homosexualidad de su hijo en un espanto que el pobre no se atrevía a reconocer. O a los mandamases del islam, ya puestos, por representar una religión que es una cárcel para el pensamiento y para el deseo. O al propio difunto, por haber engañado a una mujer para hacerse con los papeles, como se teme la interfecta.

Como éramos pocos en quejarnos, parió la abuela en forma del líder de la CUP, Carles Riera --¿pero qué hace usted ahí a su edad, hombre de Dios?--, nuestro enviado especial permanente en los Mundos de Yupi, quien dijo que lo del argelino era una ejecución extrajudicial, ya que, según él, había otras maneras de reducir al enajenado. Vamos a ver, señor Riera, si usted va por la calle y se le acerca un majareta con un cuchillo, ¿qué hace? ¿Trata de dialogar educadamente con él o sale corriendo para salvar su vida? Yo diría que lo segundo. La policía no puede salir corriendo y está obligada a repeler las agresiones. Por eso, tras varias advertencias que no sirvieron de nada, una mossa le descerrajó cuatro balazos al atacante. Fin de la historia. A no ser que el señor Riera sea de esos que le afean la conducta a quien va por un bosque, se cruza con un oso y, en vez de tratar de convencerle educadamente para que abandone la mala actitud que muestra, le vuela la cabeza. ¿Cómo? ¿Que el oso formaba parte de una especie protegida? Pues mala suerte, querido plantígrado, haberte mostrado un poco más amable y seguirías vivo.

Mientras se pierde el tiempo hablando de lo que debería haber hecho la policía, nadie piensa en esa mujer cuyo matrimonio fue una farsa. Ni en esos padres homófobos que hicieron de su hijo un desgraciado. Ni de esa religión que no te deja vivir en paz y ser como te apetezca ser. En similares circunstancias, un occidental se divorcia, se acepta e intenta echarse novio en un bar gay. Pero nuestro hombre, víctima de su familia y de su religión, prefirió morir antes que aceptarse; a ser posible, llevándose a algunos infieles por delante en vistas a obtener la clemencia de Alá, que tal vez le esperaría en el Más Allá con una docena de tipos cachas en calzoncillos.

La yihad fue una mera excusa para quitarse de en medio de una manera aceptable para quienes nunca lo habrían aceptado. Incapaz de oponerse a su entorno físico y mental, nuestro hombre decidió morir porque en su birria de mundo no hay sitio para gente como él.