Puede que lo de gobernar una comunidad autónoma no sea lo suyo, pero a la hora de inventarse entelequias de corte patriótico que no sirven absolutamente para nada, Quim Torra es insuperable. El hombre acaba de anunciar la creación de Catalunya 2022, nuevo chiringuito que añadir a los cuatro que ya lleva alumbrados en sus dos años de, digamos, gobierno, y que, como sus antecesores, se distingue por un nombre rimbombante tras el que no hay nada de nada (como no sea un sueldo para unos cuantos afectos al régimen).
Repasemos brevemente los cuatro engendros anteriores: el Consejo por la República (¿qué república, donde ve una república nuestro mayordomo favorito?); la Oficina de Derechos Civiles y Políticos (¿a alguien le consta la más mínima actividad de este supuesto organismo?); el Comisionado para el Despliegue del Autogobierno, también conocido como Comisionado del 155 (¿qué hay que investigar sobre el 155? Se aplicó, se obedeció, duró lo que duró y adiós muy buenas. ¿Cuáles son las funciones de ese comisionado que yo, personalmente, ni siquiera sé quién es?); el Forum Cívico y Social para el Debate Constituyente (¿debate constituyente de qué, de la república que no existe, idiota? Me baila por la cabeza la presencia de Lluís Llach en ese chiringuito, pero no sé con quién debate ni cuándo ni para qué, ni si lo hace con el gorrito puesto o con la calva tozudamente alzada).
A estas entelequias tan necesarias hay que añadir ahora Catalunya 2022, cuyo objetivo se supone que es preparar al paisito para la ruina que se nos viene encima y cómo conseguir que sea lo menos dañina posible. A diferencia de los anteriores, este chiringuito se entiende, pero para afrontar la crisis debería bastar con la acción de gobierno, a no ser que se quiera colocar a unos cuantos paniaguados más a costa del erario público. Cinco ocurrencias inútiles en dos años de hacer como que se gobierna denotan cierta megalomanía en el vicario de Puchi, como si creyera que a base de crear entes que suenan de maravilla, pero que nacen muertos porque la realidad es la que es y no la que le gustaría a Torra, fuese a pasar a la historia.
Me imagino a Torra llegando al sector del cielo reservado a los catalanes y siendo interrogado por San Pedro (en catalán, por supuesto) sobre sus logros vitales: “Pues verá usted, me inventé cinco entelequias que sonaban muy bien, pero no servían para una mierda. Asimismo, potencié el consumo de ratafía como elixir patriótico de mucho fuste. Me subí el sueldo nada más ocupar el cargo y me subí la pensión cuando vi que me quedaba poco tiempo en él. No me perdí ni un Aplec del Cargol ni una Fira del Càntir. Hice como que intentaba salvar la Nissan de la Zona Franca, pero los japoneses no me quisieron ver y yo tampoco insistí mucho, ya que la mayoría de los despedidos eran charnegos que no hablaban una palabra de catalán. Ah, y siempre fui muy obediente con mi líder natural, el gran Carles Puigdemont”.
Semejante currículo puede poner en un brete al Altísimo y a cualquiera de sus secuaces. ¿Qué haces con alguien como Torra? ¿A dónde lo envías? ¿Al cielo, al infierno? ¿O directamente al carajo?