Lo bueno de disponer de un gobierno compuesto exclusivamente por cracks de la cosa pública, como le sucede a nuestro caudillo providencial, el inhabilitado y contaminado Quim Torra, es que sobra gente a la hora de repartir los ministerios de la república catalana que no existe. Fijémonos con qué rapidez ha solucionado Torra la vacante en el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Nación Milenaria sin Estado. ¿Que Alfred Bosch tuvo que dimitir porque su jefe de gabinete tenía las manos más largas que Plácido Domingo? Ningún problema: ahí estaba Teresa Jordà, ministra de agricultura devota de esas cervezas artesanas que le sueltan la lengua a la hora de poner en su sitio al opresor español, para hacerse cargo interinamente de la cartera de Exterior.
Los resentidos de siempre no vieron muy claro que alguien cuya principal misión consiste en controlar los purines pasara a encargarse de la diplomacia de la república, pero eso es porque ignoraban que todos los miembros de la administración Torra sirven para un barrido y para un fregado, dado que el único requisito indispensable que se les exige es la adhesión inquebrantable al régimen. Y, además, la cosa era temporal, hasta que nuestro conducator encontrara a la persona adecuada para defender en el mundo los intereses de la patria, siempre amenazada por el malvado estado español.
En una nueva muestra de genio político, Torra reemplazó a la de las cervezas y los purines por el alcalde de Agramunt, Lérida, pues todos sabemos que dirigir una población de poco más de 5.000 habitantes constituye la preparación ideal para moverse por la Unión Europea y tratarse de tú a tú con los ministros de las naciones de verdad. Bernat Solé, que así se llama el nuevo responsable de la acción exterior de la Generalitat, cumplía con creces el requisito imprescindible ya citado, pues está pendiente de que la justicia española lo empapele por un quítame allá ese referéndum ilegal.
Algunos tiquismiquis aseguran que el cargo debería haberle caído a Ramon Paris–Match (perdón, Peris–March), el inolvidable Petri del Club Súper 3, quien, sin duda, habría destacado en las cancillerías europeas gracias al uniforme que lucía su personaje y que recientemente ha hecho méritos suficientes al descubrir el plan del ejército español para envenenar a los catalanes (espero que, por lo menos, le echen algo en TV3, pues llevábamos años sin saber nada de él y no sería de extrañar que, siguiendo el ejemplo del gran Toni Albà con el rey emérito, haya tenido que ganarse la vida últimamente haciendo de Petri en bautizos y comuniones).
Sostienen los malvados unionistas que no hace falta tener a nadie del gobierno autónomo encargado de una acción exterior que es competencia exclusiva del estado expoliador, pero ya se sabe que esa gente es de natural botiflera y disolvente y se resiste, entre otras cosas, a reconocer que el gobierno catalán está siempre formado por lo mejor de cada casa: basten como ejemplos el portero de discoteca al frente de Interior y la madre ejemplar que protege a su bebé del vudú español con una mantita amarilla con estelada incluida que ostenta la cartera de Salud.
Lo importante es que Cataluña ya tiene ministro de Asuntos Exteriores y que éste ya tarda en hacerse imprimir unas tarjetas, modelo Raül Romeva, que lo acrediten como Minister of Foreign Affairs of the Imaginary Republic of Catalonia. Como todos los estadistas de su altura, Quim Torra es plenamente consciente de que los asuntos domésticos son fundamentales, pero que no hay que descuidar jamás el flanco exterior. Puede que el cesante Bosch fuese escritor y hablara un inglés espléndido que le ayudó a salir vivo de los interrogatorios de la BBC, pero hay que decir a favor de Solé que, a diferencia de su rústica antecesora temporal, es poco probable que se pasee por el parlamento europeo en chirucas.