Como otros comunistas de buena familia, Rafael Ribó ha ido evolucionando convenientemente con el paso de los años hacia el nacionalismo, al que ayuda y reconforta constantemente desde su cargo de defensor del pueblo catalán. O, mejor dicho, de menos de la mitad del pueblo catalán. Como síndic de greuges es, en ese sentido, un desastre. Pero como esbirro de la causa separatista no tiene precio. Bueno, sí lo tiene, pues nos cuesta cerca de 130.000 euros al año y es como TV3: que contribuimos todos al despilfarro, aunque tanto la nostra como el síndic solo se molesten en agradar a los nacionalistas. Los agravios de los no nacionalistas no pueden importarle menos al señor Ribó, pues necesita todo su tiempo para atender las afrentas, reales o inventadas, de quienes pagan a gusto su abultado sueldo (y el de los 70 funcionarios que tiene el señorito a su servicio, así como los viajes que se ha pegado por todo el mundo no se sabe exactamente para qué).

El caso Ribó es uno más de un síndrome exclusivamente catalán que siempre me ha llamado la atención. Afecta a personas que en su juventud fueron progresistas y cosmopolitas y que, llegada cierta edad, les sale de dentro el burgués supremacista que hasta entonces se había hecho el muerto. Hemos visto cómo le sucedía esa desgracia a gente como Oriol Bohigas, Xavier Rubert de Ventós o Ferran Mascarell, a quienes hay que sumar, en lugar preminente, al señor Ribó, que lleva viviendo del momio de los greuges desde 2004 y parece querer trasladarse del despacho al cementerio directamente.

Como todos los conversos (sea por convicción, por interés o por una mezcla de ambos conceptos), a veces Ribó sobreactúa. Lo acaba de hacer a costa del pobre Pasqual Maragall, cuyo nombre ha incluido en una petición de expresidentes de la Generalitat y del Parlament con respecto a la liberación de los héroes de la república que están en Lledoners aguantando las visitas nocturnas de Joan Bonanit. Hasta para ejercer de esbirro hace falta un poco de dignidad, pero parece que Ribó no la necesita: cruzó cuatro palabras con un hombre enfermo de Alzheimer que, según él, expresó su conformidad ante la firma del documento (aunque, probablemente, también le hubiese dicho que sí a la creación de una agencia espacial catalana), lo sumó a la lista y, hala, a arrasar.

Lamentablemente para Ribó, tanto la hija de Maragall y presidenta de su fundación como el presidente del Colegio de Médicos le han afeado la conducta y le han venido a decir que no es bonito manipular a quienes sufren enfermedades devastadoras. Intuyo que esas críticas le entran al síndico por una oreja y le salen por la otra, pues el hombre ejerce siempre de sobrado y, a la que te descuidas, te pega un chorreo desde la pantalla del televisor, siempre poniendo cara de dolor de muelas y de sacrificio por la patria. Es lo que tiene la gauche caviar, esa arrogancia insoportable con la que uno pasa de comunista a convergente sin dar la más mínima explicación ni sentir la menor vergüenza. No sé si se puede recurrir al impeachment para librarse de alguien que traiciona el cargo que ocupa, pero estaría bien que así fuera, ¿verdad?