A diferencia de los controladores aéreos, siempre dispuestos a amargarle la existencia al viajero, los médicos no son un colectivo muy dado a las huelgas. Cuando inician una suelen tener sus motivos, que el usuario de la sanidad pública acostumbra a comprender porque está harto de los retrasos en las intervenciones y de las visitas relámpago, que no obedecen a la desidia de los profesionales, sino a la racanería de los gobiernos. Pero esas huelgas estrictamente laborales no son del agrado de nuestro gobierno autonómico-republicano, que adora las llamadas “huelgas de país”, pero no las que les recuerdan los recortes iniciados por el Astut y que no parecen quitarle el sueño ni al fugado Puchi ni a su vicario en la tierra (catalana). Mientras aplaude las “huelgas de país”, Torra aborrece las que le recuerdan su ineptitud y su solipsismo republicano. Por eso el departamento de Salud ha enviado una cartita a los huelguistas en las que, con buenas palabras, se les pide que aguanten lo que les echen y no molesten. Por el bien de la patria, claro está.

Al resto de la población le parece que los médicos piden cosas muy razonables: limitar las visitas a 28 diarias, que éstas tengan una duración media de doce minutos, que se contrate a más personal… Como comprobamos los usuarios de la sanidad pública, estamos ante una gente que hace lo que puede en unas circunstancias no muy favorables. Puede que a veces nos topemos con algún sujeto displicente que nos recibe como si nuestra presencia le molestara sobremanera, pero puedo decir, por mi experiencia personal, que son los menos: la mayoría cumple con todo el entusiasmo y la dignidad que les permiten los recortes impuestos por una gente que prioriza la creación de embajadas absurdas y las gesticulaciones onerosas (8000 euracos costó la última visita de Torra a Puigdemont: ¿no podría recibir las instrucciones por teléfono o correo electrónico, que nos saldría más barato a todos?).

El problema de la Gene es que los médicos son un colectivo difícil de demonizar. Nadie se los imagina levantando barricadas, quemando contenedores o enfrentándose a la policía. Y la suya es una huelga de las de verdad, no de las de país, pues apunta al bien común. Puede que Torra ni se haya enterado porque está volando a Waterloo, asistiendo al Aplec del Cargol o perdido entre la bruma del Puigsacalm, que, unida a la que tiene permanentemente instalada en el cerebro, puede conducirle a una situación preocupante. Mucho me temo, amigos galenos, que habrá que gritar un poco. A ver si os oyen los que están obligados a escucharos.