Da la impresión de que los CDR se dividen en dos grupos: por un lado, los que se contentan con homenajear a un bolardo víctima de la represión policial --el otro día en Terrassa, pero se equivocaron y dejaron las flores en el de al lado, que se había salido de rositas de las cargas de las fuerzas del orden; ya solo falta instaurar el Día del Bolardo Desconocido--; por otro, los que prefieren iniciativas más contundentes, como podrían ser los nueve sujetos detenidos ayer por la Guardia Civil, acusados de terrorismo. Los del bolardo dan risa, los otros dan miedo. Y más miedo da aún la respuesta de los procesistas a las detenciones: sin esperar a ver, por lo menos, si los tipos tenían realmente peligro o si la benemérita ha metido la pata, han salido en tromba a protestar por lo que llaman un ataque al independentismo, como lo ha definido la nostra. De Chis Torra al último mono con lazo amarillo, pasando por la Verdulera Mayor del Reino, todos han manifestado su indignación ante lo que consideran un intento del pérfido Estado español por relacionar la revolución de las sonrisas con algo tan feo como el terrorismo: todo lo que hace España es, por definición, malo. Y si luego resulta que los detenidos preparaban un atentado, no se lo creerán. ¿Prudencia por parte de los gobernantes y políticos? Ninguna. Si los tipos son culpables, irán al trullo; si son inocentes, volverán a casa con una disculpa de las autoridades. ¿Tanto cuesta esperar al resultado de la investigación para emitir una opinión? Mientras tanto, Torra podría retirar esa pancarta que le han dicho educadamente que se meta por donde le quepa, a no ser que le haga ilusión ir acumulando motivos para su inhabilitación.

Si los detenidos son culpables, por otra parte, lo único que habrán hecho es seguir el consejo de Torra cuando les dijo que apretaran. Y puede que también se hayan visto influidos por miembros de la trama civil del golpe, esos botarates que escriben artículos en la prensa llamando a la confrontación desde el salón de casa, o cierto cantante jubilado y con gorrito de macramé que clama también por el enfrentamiento con el Estado, o ese historiador que se ha inventado el bonito oxímoron violencia pacífica y que pasará a la historia por lo bien que protegía de la lluvia a Josep Lluís Núñez con su propio paraguas.

Ya sabíamos que Cataluña es una sociedad enferma llena de tartufos que hablan de paz mientras azuzan a los más tontos de la tribu para que se amotinen, pero cada vez hay más miserables que, desde la tranquilidad de su hogar o de su cargo, llaman a la revolución, al enfrentamiento, a las barricadas y a todo tipo de animaladas de consecuencias funestas. Y el miserable número uno ocupa el cargo de presidente de la Generalitat. Como se descubra que los detenidos de ayer se disponían a seguir su consejo --apreteu, apreteu--, Torra nos debería algunas explicaciones. Si fuese una persona decente y responsable, que no es el caso.