Como en esas películas en las que el malo, harto ya de disimular, muestra su auténtico rostro de genio del mal, el beato Junqueras ha conseguido, a través de una entrevista en El País, arrancarse la máscara de persona buena y razonable que llevaba puesta desde que lo enviaron al trullo y mostrarnos su genuina cara de energúmeno radical e intolerante. Los que la hemos leído somos conscientes de que hay un antes y un después para Junqueras tras su publicación.

Me pregunto por qué lo habrá hecho. La trabajosa imagen de hombre de paz y consenso, laboriosamente construida durante los últimos años, se ha ido al carajo y no sabemos muy bien a cambio de qué. ¿Será para marcar paquete pre electoral y demostrar que, a él, a procesista no le gana nadie? ¿Se trata de un oblicuo mensaje para su némesis particular, el fugado Puigdemont?

Puede que por ahí pille algo, pero su crédito con el gobierno español, capaz de elegirle como interlocutor válido con tal de que Alí Sánchez y los cuarenta ministros conserven sus sillones, se lo ha cargado de un plumazo. Y encima, con palabras gruesas, totalmente impropias en un meapilas de su calibre. “Y una mierda. Y una puta mierda”, clamó cuando los periodistas le insinuaron que le había tomado el pelo a media Cataluña con su supuesta independencia.

No hay en toda la entrevista ni el menor asomo de autocrítica. Según el beato, él lo hizo todo muy bien y no debería estar en la cárcel. Es más, piensa repetir la experiencia separatista en cuanto lo suelten. Él solo es una víctima de la legendaria maldad de España, de la mezquindad de sus jueces y de la violencia de sus policías. Van den Eynde no es precisamente una lumbrera, pero con semejantes declaraciones, poco va a poder rascar de la justicia española para su defendido.

Cabe la posibilidad de que el beato se haya cansado de disimular, de que la máscara bondadosa le apretara o le estuviese arrancando la piel a tiras. O de que haya visto que, diga lo que diga y haga lo que haga, el segundo grado no llegará hasta finales de este año que acaba de empezar. Ya puestos, tal vez ha pensado, que todo el mundo se entere de quién soy realmente: un fanático que odia a España y a cualquiera que le lleve la contraria. A no ser que, antes de la entrevista, hubiese arramblado con una botella de vino de misa y se la hubiera bebido entera.

No sé cuál será la actitud de Junqueras después de esta publicación en la que ha revelado su auténtica personalidad. No es del todo descartable que se disculpe y vuelva al jesuitismo habitual, pero también es posible que la actitud rabiosa se amplíe y perfeccione. Por si acaso, creo que debería conceder la próxima entrevista atado a una camilla puesta de pie y con una máscara como la del doctor Hannibal Lecter, por si le da por morder a los periodistas. Y se impone el cambio de celda a una transparente con vidrio anti balas como la que visitaba la agente especial del FBI Clarice Sterling en El silencio de los corderos.

Personalmente, le agradezco al beato Junqueras que haya abandonado la pantomima que llevaba representando con bastante éxito desde hace unos años y que, a partir de ahora, todos sepamos a qué atenernos con este sujeto pagado de sí mismo, irascible, negado para la empatía y la tolerancia del diferente y que no da la más mínima señal de saber lo que es un acto de contrición.