Dicen algunos optimistas que saldremos de la crisis del coronavirus mejores y reforzados. Mejores, no creo. Reforzados (en nuestra visión del mundo y en nuestras respectivas manías), no tengo la menor duda: basta con ver a los cacerolos del barrio de Salamanca y a nuestros cansinos de la Meridiana para comprobar que hay mucha gente dispuesta a reemprender su vida exactamente en el mismo punto en que las circunstancias la obligaron a interrumpirla. Adelante, pues, indepes y cacerolos, vosotros a lo vuestro, que es lo mismo que hacen vuestros líderes naturales. Depende de cual sea vuestra manía persecutoria, vivís en una dictadura comunista o en una nación milenaria ocupada por los tarugos del país de al lado. Eso es lo que pensabais antes de la pandemia y lo que seguiréis pensando cuando pase la peste bubónica, pues cuando se tiene una idea fuerza, aunque sea absolutamente imbécil, hay que agarrarse a ella como el náufrago a un madero. Ya que no vais a salir mejorados de esto, que no se pueda decir que no salís reforzados en vuestros delirios.

 

 

Vista gorda con la Meridiana (23 de mayo) / YOUTUBE

Aprendamos todos de Quim Torra, que ha aprovechado su encierro en la Casa dels Canonges para inventarse una fase de la desescalada que solo se aplicará, según él, en Cataluña: la independencia. Si no lo he entendido mal, primero vienen las terracitas del barrio, luego ya se podrá ir a Cadaqués y finalmente, de manera lógica y natural, llegará la independencia de Cataluña. De momento, eso sí, nos tienen que devolver las competencias que nos han soplado en Madrid con la excusa del virus. Ésa es ahora la principal manía del vicario, aunque es posible que tampoco sea suya del todo, ya que despacha cada mañana con Waterloo para saber lo que tiene que decir y que pensar. En cualquier caso, nuestro hombre no parece darse cuenta de la contradicción fundamental de su exigencia: ¿para qué quiere una pandilla de incompetentes que se les devuelvan las competencias, algo que, por definición, son incapaces de asumir dignamente?

Menos mal que las competencias anheladas vienen, como es costumbre entre los nacionalistas, con dinerito del bueno: ha dicho Torra que necesita 4.000 millones de euros de todos los españoles para sacar a su querida Cataluña del hoyo vírico – financiero; o sea, la cuarta parte del presupuesto del gobierno nacional para todo el país. A esos 4000 kilos hay que añadirles otros 9.000 que nos debe el estado español desde mucho antes de su propia creación, probablemente desde los tiempos de don Pelayo o del buen rey Recaredo. Ah, y una vez nos hayamos embolsado los 13.000 millones de euros, viene el referéndum de autodeterminación, para que España pueda decir sin asomo de dudas que ha hecho el proverbial negocio de Roberto el de las Cabras. El horizonte no puede ser más luminoso: independientes y con 13.000 millones de dinerito fresco para invertir en la Dinamarca del Sur (menos el 3% a repartir entre los sospechosos habituales, por supuesto).

Y mientras tanto, en Madrid, Santiago Abascal preparando la Reconquista con sus cacerolos, Casado y Ayuso combatiendo la dictadura social-comunista a base de bocinas y banderas al viento, Sánchez pactando con los sobrinos de Jack el Destripador para no soltar el sillón y los Ceaucescu de Galapagar protegidos por la Guardia Civil del acoso del populacho de orden...”¡País de locos!”, clamaban los personajes de Forges, extralimitándose en su apreciación: a veces pienso que con “país de idiotas” vamos que chutamos.