Uno ya ha perdido la cuenta de los diferentes colectivos con los que nos han comparado los indepes a los catalanes. Pujol les tenía mucha querencia a los judíos, tendencia a la baja entre las chicas de la CUP, pero que Pilar Rahola sigue practicando porque para eso la tiene como una reina el Mosad. El Astut nos comparó con los armenios tras el genocidio sufrido a manos de los turcos (de ahí que España sea como Turquía para los procesistas). Últimamente me han liado tanto que ya no sé si soy escocés, kosovar o canaco (o sea, de Nueva Caledonia). Y ahora resulta que, según Torra, somos los eslovenos del sur de Europa. Embolica que fa fort!
Tengo la impresión de que, gracias a nuestros políticos en el trullo y al conducator Torra, estamos a punto de que un observador imparcial nos compare con La Banda del Empastre y el Bombero Torero. Y es que, a hacer el ridículo, de momento, no nos gana nadie y ya puede Tarradellas retorcerse en su tumba: los del frente de prisiones se ponen en huelga de hambre y luego nos enteramos de que se están empapuzando de zumos nutricionales que los mantienen en plena forma; con lo que la huelga de marras tiene más que ver con la veraniega operación bikini o con una terapia previa a las comilonas de Navidad, durante las que Torra se lanzará sobre los canelones con la misma fiereza que sobre aquel bocata con el que se retrató en su cuenta de Instagram (tan visitada, ¡o más!, que la de Kim Kardashian). Por su parte, ese demente que dice ser presidente de la Generalitat (aunque en posición subrogada, pues debe obediencia al majareta de Waterloo) consigue que le reciba el presidente esloveno --quien se apresura a declarar, nada más conseguir que Mr. Ratafía desaloje su despacho, que lo de la independencia es un asunto interno de España--, se viene arriba y ya se ve en las barricadas junto al heroico Comín, que lo más arriesgado que debe de haber hecho en su vida es cruzar una calle con el semáforo en ámbar. A continuación, se encierra en Montserrat para hacer como que pasa hambre en solidaridad con sus secuaces --no sería de extrañar que los monjes me lo atiborren de carquinyolis y lo paseen bajo palio por las instalaciones del monasterio-- y se apunta al absentismo laboral, aunque nadie nota la diferencia porque cuando está en su despacho tampoco gobierna, pues dedica lo mejor de su tiempo a coordinar los ataques de los CDR. Ah, y a preparar las acciones de guerrilla urbana para el día del consejo de ministros, esa provocación intolerable de los españoles, según la señorita Artadi.
Aquí se impone el impeachment que Donald Trump lleva pidiendo a gritos desde que accedió al retrete oval, estratégico emplazamiento desde el que dirige la mayor potencia mundial a base de tuits. O eso o ponerle de vicepresidente a Toni Albà para ver si revienta todo de una puñetera vez: ese orate es capaz de montar él solo una nueva guerra civil. En fin, que la situación es desesperada, pero no preocupante, y más vale tomársela con filosofía. Si a esta tropa le da lo mismo que Cataluña sea el paisito más ridículo del mundo, ¿por qué habría de amargarme yo la vida?