Manicomio catalán

Álvarez, funcionario ejemplar

16 marzo, 2016 00:00

Pese a la implacable catalanofobia que, según nuestros nacionalistas, impera en las Españas, Josep Maria Álvarez ha llegado a mandamás de la UGT. La lectura soberanista del asunto consistía en que el firme apoyo de Álvarez al derecho a decidir le iba a enfrentar al sector más españolista y cavernario del sindicato, y puede que así haya sido en algunos casos, pero en general, la mayoría de los votantes han visto en nuestro hombre lo que realmente es: un funcionario ejemplar que entró en la empresa a los 18 años, como el que entra en La Caixa y aspira a no moverse de ahí en los próximos cincuenta años, y que no ha tenido vida laboral fuera de la UGT.

El ascenso de Álvarez es la típica promoción empresarial del empleado fiable que nunca hará nada que moleste realmente a la cúpula ni le cause excesivos problemas

En ese sentido, el ascenso de Álvarez es la típica promoción empresarial del empleado fiable que nunca hará nada que moleste realmente a la cúpula ni le cause excesivos problemas.

Durante todos sus años en la UGT catalana, Álvarez ha contribuido, dentro de sus posibilidades, a quitarle mordiente al sindicato, a olvidarse de la lucha de clases --que suena antiguo y revanchista-- y a convertir la asociación en algo que no se sabe muy bien qué hace, más allá de aparentar que defiende a la clase obrera en general y a sus afiliados en particular.

Como probo funcionario, no se dedicó a plantearle problemas al sistema, sino a integrarse en él. Siempre atento a dónde soplaba el viento, se hizo vagamente nacionalista, apoyó el gobierno a decidir y hasta se hizo fotos con Muriel Casals, enemigo de clase donde las haya y representante de una revolución burguesa que, si alguien no debía apoyar, era él --y su compadre Gallego, de CCOO, que también se retrató rindiendo pleitesía a la jefa de la ANC--, pero a la que consideró que debía apuntarse para quedar bien con el poder local. No hacerlo habría representado cumplir con su deber y, sobre todo, demostrar que aún le quedaba algo de la ideología que le hizo entrar en la UGT a los dieciocho años, y supongo que eso era pedirle mucho a este funcionario ejemplar.

Como probo funcionario, Álvarez no se dedicó a plantearle problemas al sistema, sino a integrarse en él

En Madrid no han entrado al trapo del asunto porque conocen a Álvarez y ya les parece bien cómo es. Saben que a partir de ahora es capaz de recuperar el nombre que le pusieron sus padres cuando nació en Asturias, José María, y ya puestos, revelarse como un firme defensor de la unidad de España.

Hombre disciplinado, Álvarez seguirá manteniendo a la UGT como apósito del PSOE y pilar de la sociedad. Y, si dentro de unos años queda una plaza libre en alguna asociación internacional de sindicatos, ahí estará él para solicitarla. A fin de cuentas, su biografía personal le indica que no hay vida fuera del sindicato, que para él es como una de esas empresas en las que entras de aprendiz y, si juegas bien tus cartas, te jubilas de alto ejecutivo. El socialismo, la lucha de clases, la justicia social y demás antiguallas no parecen ser cosas que le quiten el sueño a este empleado ejemplar.