La diputada de la CUP Pilar Castillejo ha vuelto al Parlamento catalán, tras su ordalía propalestina, y ha sido recibida con un gran aplauso de sus señorías (exceptuando, claro está, a las del PP, Vox y AC). Yo diría que hay dos maneras de interpretar ese aplauso. La canónica sería el reconocimiento a su admirable labor humanitaria. La alternativa, que me gusta más, sería la envidiosa admiración de unos políticos hacia una colega que ha logrado escaquearse de sus obligaciones laborales durante los casi 40 días que ha durado su crucero por el Mediterráneo.
En todo entorno laboral hay maestros en el ejercicio de la vagancia remunerada: los que siempre están enfermos o de baja médica por depresión, los que salen a fumar cada dos por tres, los que hacen como que trabajan, pero a la velocidad propia de un caracol, y hasta los que esperan a hacer aguas mayores en la oficina para que la empresa les pague por hacer popó. Sus compañeros de trabajo se contentaron con chapar un día el ágora catalana en solidaridad con los palestinos machacados por el animal de Netanyahu, pero la señora Castillejo se tomó 40 días de libre disposición para sus asuntos humanitario-recreativos. Si eso no merece un aplauso, que baje Dios y lo vea.
Es célebre el comentario de Josep Pla mientras paseaba por Nueva York y, al ver el lujo y despilfarro de luces de neón en Times Square, se exclamó: I tot això qui ho paga? En el caso de la Flotilla Maravilla, ya hemos visto que, una vez más, éramos los españoles en pleno los que financiábamos la expedición y sus tribulaciones. No quiero ni calcular lo que nos habrá costado el barco que la acompañaba -pero que dio media vuelta al llegar a lo que Israel considera sus aguas jurisdiccionales- o los billetes de avión gratis total para los activistas echados a patadas por el Ejército hebreo. Pero lo que realmente me fascina es que haya tanta gente que pueda ausentarse del trabajo para emprender un viaje hacia ninguna parte. Así que al ¿Y esto quién lo paga? de Pla, se me suma un ¿Y estos no tienen nada que hacer? Seguido de un ¿y cómo lo logran?
Supongo que todo se debe a su condición de activistas, una iniciativa antaño noble que se ha convertido, al parecer, en un modo de vida. Y si además eres influencer, como la opulenta Barbie Gaza, ya ni te cuento las dimensiones del chollo. De esta manera, se demuestra que, en el activismo, como todo en esta vida, hay clases: los privilegiados, al Barco del Amor; los pringados, a berrear a la Rambla y, con un poco de suerte, a destrozar alguna hamburguesería sionista.
Lo que sucede en la calle se replica en el Parlament. La mayoría de los diputados, a chupar escaño. Los más osados, vacaciones en el mar. ¡Y encima los aplauden a su regreso en vez de abuchearlos y tomar medidas contra su muy insolidario absentismo laboral!
Corríjanme si me equivoco, pero yo diría que la señora Castillejo (y demás parlamentarios que han seguido su ejemplo) cobra por encargarse de las cosas de Cataluña. Me parece encomiable que su corazón sangre por los palestinos bombardeados, pero preferiría que ejerciese su solidaridad en sus ratos libres, como han hecho sus compañeros. Barcelona está llena de gente que sufre por Palestina, pero que debe apechugar con su jornada laboral si no quiere buscarse problemas. Concluida esta, ya si eso, se puede salir a la calle envuelto en la bandera palestina (los chinos se deben estar forrando: me pregunto si, como cuando el prusés, que te regalaban una bandera española al comprar dos esteladas, también estarán obsequiando ahora con una enseña de Israel a los que compren dos de Palestina).
Pilar Castillejo ha confundido la política con el activismo, cosa muy extendida en su partido (y en el de Ada Colau), pero que debería ser reprimida con carácter de urgencia. Cuando se cobra por pringar en el Parlamento catalán, no te puedes ir de crucero al quinto pino, por muy bien que te siente la kufiya en cubierta.
