Como Elon Musk cuando le estallan los cohetes en las narices, Lluís Llach, egregio líder de la ANC, ha visto cómo su protesta contra la visita a Montserrat del Rey de España se convertía a lo más parecido a esos cohetes de San Juan que, por los motivos que sean, no llegan a explotar y, como decimos en catalán, fan figa: menos de un centenar de patriotas airados ante la presencia del Borbón en Tierra Santa (y catalana), que, divididos entre las tres columnas procedentes de Collbató, Coll de Can Maçana y Monistrol de Montserrat, salen a treinta y pico manifestantes por columna. Convencidos, eso sí, de que Cataluña no tiene rey.
La realidad va por un lado y la ANC por otro, pero eso no parece quitarle el sueño al sensible cantautor de Verges. Ni a su segundo de abordo, el payaso Pesarrodona, que se cascó un discurso de alto voltaje emocional tras el cual los escasos asistentes a la protesta se pusieron a cantar el Virolai, a insultar a los Mossos d'Esquadra y al abad de Montserrat por colaboracionistas (todos del régimen de Vichy, como diría Enric Vila) y a protagonizar incidentes menores con las fuerzas del orden. Huelga decir que Felipe VI no se enteró de nada y siguió tan tranquilamente con su recorrido por el monasterio milenario y sus inmediaciones.
Los digitales del ancien régime esperaban una jornada reivindicativa de muchos bemoles, pero se quedaron con las ganas hasta de recuperar el viejo eslogan Quanta dignitat! Previamente, habían intentado calentar el ambiente con artículos en los que afeaban al abad, Manel Gasch (después de que este dijera que había llegado el momento de que el monasterio adoptara una actitud algo distinta a la habitual en su papel de guardián de las esencias de la catalanidad), que invitara al rey del país opresor a poner sus pezuñas sobre un símbolo de la resistencia a la España imperial y franquista.
¿Símbolo? Bueno, hasta cierto punto. Yo aún me acuerdo de cuando recibían a Franco bajo palio. Y, aunque no lo viví, de la visita del jerarca nazi Heinrich Himmler en 1940, en busca del Santo Grial o alguna entelequia similar. Parece mentira que el lazismo aún no se haya enterado de cómo funciona la iglesia católica, que siempre suele estar al lado del que manda.
Recuerdo a mediados de los años 60 la (funesta) aparición de los curas jóvenes con guitarrita, que, bajo su apariencia de renovadores, resultaban ser más pesados que los clérigos malolientes y con caspa y ceniza en la sotana que se encargaban de confesarnos desde su mezcla de sopor y halitosis.
La iglesia se hizo antifranquista cuando el régimen agonizaba. Hasta entonces hizo siempre lo que se esperaba de ella. Simplemente, había que irse resituando para no perder la parroquia porque, como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. Y ahora, hasta el abad de Montserrat se ha dado cuenta de que el prusés ha fracasado y hay que cambiar de tono.
Si gana el PP las próximas elecciones generales, no descarto un homenaje a los difuntos del Tercio de Montserrat que descansan eternamente en el monasterio. Y ya que no nos cansamos de magrear el cadáver del Caudillo, llevándolo de un sitio para otro en lugar de tirarlo directamente a la basura, no me extrañaría que le acabaran haciendo un sitio junto a los del tercio.
Como esa gente que a la barcelonesa plaza de Francesc Macià le sigue llamando Calvo Sotelo, Lluís Llach y el payaso Pesarrodona se han quedado clavados en el año 2017. El separatismo vive tiempos de decadencia, pero a ellos les da igual. Por eso hablan en nombre del pueblo catalán, que pasa de sus chorradas nostálgicas (sin necesidad de ser monárquico, pero más preocupado por llegar a fin de mes y pagar el alquiler de su pisito o habitación) y no acude a sus celebraciones, por mucho que involucren a la actividad montserratina.
Ahora que se habla de chapar la Fundación Francisco Franco, tal vez habría que clausurar también la Fundación Lluís Llach, conocida como Asamblea Nacional Catalana. Bastaría con cortarles el grifo de la subvención, como debería hacer nuestro president socialista y meapilas, Salvador Illa. Presente, claro está, en el acto de Montserrat junto a su rey.