Suele decirse que los políticos son gente que encuentran un problema para cada solución. Esa impresión tuvo uno el martes cuando el PSC y ERC firmaron el Pacto Nacional por la Lengua (catalana, claro). Lo firmó más personal, cierto, pero algunos de sus dirigentes, como los de Omnium y Plataforma per la Llengua, se abstuvieron de dar la cara en el acto correspondiente.
No sé muy bien por qué ha puesto en marcha Salvador Illa esta iniciativa inútil, aunque supongo que se ha tratado de dar satisfacción a los del beato Junqueras. A los de Puchi no ha habido manera de satisfacerlos y se han quedado fuera del pacto, más que nada porque cualquier propuesta del PSC les huele a azufre y porque esa es su peculiar manera de entender cómo se ejerce la oposición.
Reconozco que me disgusta que los sociatas acepten la agenda de los procesistas, pero también es verdad que este pacto lingüístico podría haber sido mucho peor si el nacionalismo siguiera en el poder. Siendo Illa como es, no encontramos aquí amenazas ni fomento de la delación ni previsión de multas. Con lo cual, una iniciativa ya inútil lo es un poco más.
A los indepes les parece que el pacto se queda corto y es poco ambicioso, pues son partidarios de que aquí hablen catalán hasta las ratas de los parques, pero es normal que reaccionen así desde su punto de vista. Ciertamente, la única manera de imponer el catalán y desterrar el castellano es alcanzar la independencia y convertir esto en un remedo de la Albania de Enver Hoxa. Sin independencia, la gente seguirá hablando en lo que le salga de las narices y será imposible vivir plenamente en catalán, como se lamentan los nacionalistas.
El sueño de vivir plenamente en catalán me parece absurdo e innecesario. Yo no vivo plenamente en castellano, pero me da igual. Como casi todo el mundo (menos los que han puesto en marcha esa campaña de tirarse 21 días hablando en catalán con todo el mundo, sin bajarse del burro idiomático), cambio de idioma varias veces al día, paso del castellano al catalán dependiendo de con quién hable y luego no recuerdo en que lengua mantuve las conversaciones de la jornada (y si me cruzo con un turista que me pregunta algo, me paso al inglés o el francés porque no hablo alemán ni japonés).
¿Hace falta vivir plenamente en catalán o en castellano? En mi caso, no. Ni en el de la mayoría de mis conciudadanos. Los indepes deberían asumir que los idiomas fuertes tienden a imponerse a los débiles, de la misma manera que en la sociedad el pez gordo se come al chico. No hay nada humillante en esa actitud, sólo realismo. Los países nórdicos hace años que lo tienen claro y de sus escuelas la gente sale hablando un inglés perfecto, mientras que aquí, nuestros nacionalistas no hablan español porque no les da la gana y no aprenden inglés porque les da pereza.
El Pacte Nacional per la Llengua pretende ganar tropecientos mil hablantes nuevos de catalán, algo que no lograron todos los gobiernillos catalanes anteriores, nacionalistas sin excepción. Pusieron todas sus energías y parte de nuestro dinero para conseguir imponer el catalán a todos los niveles, pero no lograron nada, como demuestra que la “lengua propia de Cataluña” ya sólo la hable regularmente el 30% de los habitantes de nuestra querida comunidad autónoma. Décadas de dar la chapa con el catalán sólo han servido para minorizarlo hasta extremos preocupantes. Si el nacionalismo, con sus ideólogos, sus amenazas, sus delatores, sus funcionarios y sus energúmenos no ha conseguido jamás sus objetivos, ¿cómo va el PSC a triunfar, donde otros fracasaron, con tan pocas ganas de buscar problemas y tantas de generar buen rollo?
Mejor hubiera sido aceptar la realidad y dejarse de pactos nacionales por la lengua. La población no necesita pactos políticos porque ya sabe gestionar convenientemente su día a día lingüístico. Mantener el idioma propio, sea el que sea (algo sólo disculpable por la ignorancia y el desconocimiento), en toda circunstancia, no hace puñetera falta, a no ser que uno sea un facha catalán o un facha español.
Hace bien Salvador Illa en mantenerse alejado de los segundos, pero no le iría mal apartarse también de los primeros.