Artur Mas, también conocido como el Astut, está muy enfadado con el ladino Estado español por haber sido el primer ciudadano de este país en ser espiado telefónicamente con el sistema israelí Pegasus por los defensores del Estado. Resulta que su teléfono estuvo, presuntamente, intervenido durante cinco años (compadezco a los agentes del CNI encargados de escuchar sus conversaciones) y al hombre le parece muy mal, tanto que ha anunciado su intención de querellarse contra quien haga falta, aunque no ha dado nombres.
Francamente, no sé de qué se sorprende. Es como esas chicas de la CUP que se escandalizan cuando detectan a un infiltrado en sus filas (sobre todo si, además, se beneficia a algunas de ellas) y se indignan por el hecho de que se las vigile, que es lo que merece cualquier enemigo del Estado y todo tipo de delincuentes potenciales. ¡Qué epifanías, amigos! ¡El Estado nos vigila! ¿Dónde se ha visto? Pues en todas partes, ya que para eso están los servicios de inteligencia y la policía. Si conspiras contra tu país, lo más lógico es que haya gente escuchándote por si se te puede desactivar a tiempo.
Que el Astut se indigne porque se le vigila es una broma pesada. Y que no nos venga con su dignidad herida, pues ya sabemos que de eso no tiene. Debería dar gracias a Dios por no haber acabado en el trullo, que para mí es su hábitat natural, y por llevar una vida desahogada que incluye travesías veraniegas por mar subvencionadas por su amigo Vilajoana, que suele pagar el barco.
Recordemos que este sujeto fue quien puso en marcha la independencia del terruño y facilitó que Carles Puigdemont y su pandilla de enajenados montara el numerito del referéndum hace ocho años. Pese a ello, ha conseguido salirse de rositas y vivir tan contento desde entonces. Dado lo cual, ¿por qué no adopta un perfil bajo y se calla la boca?
A veces parece que esté preparando su retorno a no se sabe bien dónde. No pierde ninguna oportunidad de largar y soltar bilis. Sigue negando lo del 3% y demás trapisondas de su gobierno y, encima, aprovecha la ocasión para poner verde a Pasqual Maragall y afirmar que sus acusaciones eran probablemente consecuencia del Alzheimer, que tal vez padecía mucho antes de que se lo detectaran. Al hombre le gusta estar en el candelero y hacerse el digno y el indignado.
No sabemos contra quién se va a querellar exactamente, pero eso da igual: el caso es salir en la prensa y hacerse la ilusión de que es alguien, aunque la CUP lo enviase a la papelera de la historia hace años. ¿De donde saca el cuajo necesario un político inepto, corrupto y conspirador como el Astut para llevar a juicio a nadie? ¿Por qué no se alegra de haber hurtado su cuerpo al sistema y se calla de una maldita vez? Este hombre cada día es más pesado y cansino. Se cree soñado, ¿pero cuáles son sus méritos?
Su paso por la vida profesional consistió en hundir dos empresas (afortunadamente, una de ellas era del difunto Lluís Prenafeta, conocido por la expresión popular Prenafeta la llei, Prenafeta la trampa). Su actividad política fue desastrosa a más no poder, pues facilitó la presidencia de Puchi y éste armó la que armó, por no hablar de sus criminales recortes, que en nada contribuyeron a la felicidad de los catalanes.
Dirigió un partido corrupto hasta la médula, puede que participara en las discutibles actividades financieras de Junior Pujol y aún no sabemos en qué más iniciativas turbias se vio envuelto. ¿Y este sujeto pretende llevar a juicio al Estado por cumplir con su deber? Hay gente que lo apoya, pero su actitud me recuerda mucho a la absurda que hace unos días salió en defensa de una ratera del Metro a la que habían pillado in fraganti unos pasajeros. “¿Qué importancia tiene una cartera?”, clamaba la absurda, “a mí lo que me preocupa es que me soben”. O sea, “¿qué importancia tiene conspirar contra el Estado? A mí lo que me preocupa es que me espíen mientras intento cargarme un país”.
Estos personajes del pasado que se empeñan en ocupar el presente resultan muy latosos. Y encima Salvador Illa dice que no parará hasta que se aplique la amnistía a todos los golpistas de octubre del 17. ¿A qué viene tanto buen rollo con gente que no lo merece y que pretendía someternos a todos a su voluntad? Una gente de la que formaba parte el Astut, ese hombre contrariado que, como la absurda defensora de la ladrona del Metro, convencida de que el delito sólo es un trabajo más con el que ganarse la vida, considera que la alta traición es una actividad tan digna como cualquier otra.