La lucidez es una virtud que nunca ha hecho feliz a nadie. Por eso se ve a tanta gente agarrándose a quimeras, cuanto más irrealizables, mejor, que le permitan hacerse la ilusión de que su vida tiene un sentido.
Yo soy de los que creen que la vida no tiene ningún sentido, y que lo máximo a lo que podemos aspirar durante los años que se nos permita rondar por este planeta es a un trabajo satisfactorio, una pareja adecuada y unos cuantos amigos con los que comentar la coyuntura social, política o literaria.
Aspirar a más es, en mi modesta opinión, perder el tiempo. Y, sin embargo, son legión los que se agarran a una causa que no va a ninguna parte. Como la independencia de Cataluña, sin ir más lejos, que abunda en ciudadanos provectos para los que, evidentemente, la lucidez está sobrevalorada.
Entre ellos brilla con luz propia (y no me refiero a su calva reluciente) el cantautor jubilado Lluís Llach, actual mandamás de la ANC.
Cuando era un simple socio de tan noble institución, se olvidaba de pagar las cuotas mensuales de adhesión, así que tuvo que abonarlas todas de golpe cuando le dio por presentarse a la presidencia del colectivo (el hombre es de natural roñica: recordemos que ya dio de alta su fundación en Madrid porque le salía más barato que hacerlo en la capital de su amada Cataluña).
Una vez alcanzado el poder, no ha dudado en adoptar una actitud que algunos tachan de autoritaria, como es el caso de Josep Costa, ese ibicenco permanentemente contrariado que se ha ido dando un portazo después de no lograr acceder a la secretaría de la organización.
Su espantada le ha sentado muy mal a Llach, que ya tiene otros líos montados de los que no se sabe muy bien cómo se va a salir.
A sus 77 años, Lluís Llach (que acaba de recibir el apoyo de su amigo el escritor Julià de Jòdar, un pimpollo de 82 tacos, responsable de las fundamentales Tesis d'agost, homenaje a las Tesis de abril de Lenin) podría invertir su tiempo (y sus monises, que no son escasos y, además, le cuesta soltarlos, como descubrieron en la ANC cuando le recordaron que no estaba al corriente de pago) en otras cuestiones.
Ahora nos ha salido con que la independencia del terruño tendrá lugar el año 2028, cuando él cumpla 80 (y su amigo Julià, 85). Y eso sucederá si se sigue de manera literal la hoja de ruta que ha alumbrado y que plantea un enfrentamiento total con el Estado (aunque no se sabe exactamente cómo) y unilateralidad a cascoporro.
Aunque la ANC ha perdido desde 2019 el 25% de sus socios (la cosa ha bajado de 40.000 a 30.000), Llach no se da por aludido, lo achaca al desinfle pos-prusés y viene a decir que se ha perdido una batalla, pero no la guerra.
En estos momentos, la ANC es un cristo total y un sindiós en el que nadie (salvo Lluís Llach) sabe en qué dirección se va. Y las acusaciones de que el provecto cantautor la ha convertido en su cortijo se incrementan día a día.
Aparte de la manía que le puedan tener Josep Costa y unos cuantos más, hay que reconocer que Llach es insuperable a la hora de meter el pie en los charcos.
Por un lado, ha reafirmado su fe y su amistad en su amigo Toni Comín (con el que se marcó un crucerillo financiado con dinero supuestamente sisado del Consell de la República), aunque a este hasta Puigdemont le ha pedido que no se presente a las elecciones para la presidencia de la entidad.
Por otro, ha abierto las puertas de la ANC a Sílvia Orriols y su partido, Aliança Catalana, lo cual ha sacado de quicio a los socios de la ANC que militan en ERC o la CUP (este gesto tiene algo positivo, que es reconocer que no hay muchas diferencias entre los diferentes partidos independentistas, cosa que honra a Llach por reconocer que lo importante es la catalanidad sin fisuras y que a lo de la derecha y la izquierda, pues bueno, tampoco hay que darle tanta importancia).
Como Llach desconoce el significado de la palabra lucidez, supongo que le parece justo y necesario perder el tiempo a los 77 años en vez de disfrutar de una dorada jubilación.
A su edad, ha tenido el cuajo de afirmar que hacen falta “sangre nueva e ideas nuevas”, cuando su sangre ya debe estar un poco revenida y sus ideas no han cambiado desde que dejó Falange, se hizo independentista y empezó a torturarnos con las enseñanzas del Avi Siset.
Cada vez que lo veo por la tele, puño en alto, gritando y comportándose como si fuese un político que avanza en una dirección razonable, pienso en lo bien que podría estar tomando el sol en una playa de Senegal. Y en lo bien que estaríamos nosotros sin aguantar su presencia cansina, quimérica y profundamente inútil.
Espero que, por lo menos, se cargue la ANC: no se puede negar que lo está intentando.