La táctica del enchufe es un clásico de la política española y, probablemente, mundial. Se puede practicar a lo bestia, como cuando Daniel Ortega nombra sucesora a la parienta, Rosario Murillo, o se puede llevar a cabo con algo más de discreción, pero tampoco mucha, como pudo comprobarse en septiembre cuando Salvador Illa le obsequió un cargo muy bien remunerado (unos 90.000 euros al año) a la pareja de Ernest Urtasun, ese ministro de cultura que en vez de acompañar a los reyes en viaje oficial a París, prefiere dar prioridad a sus compromisos personales e irse al circo (el grueso de su tiempo lo dedica, como todos sabemos, a hacer listas de obras de arte que tenemos que devolver a algunos países sudamericanos para revertir las funestas consecuencias del colonialismo).

Dicen que, desde su posición en Sumar, Urtasun no veía con muy buenos ojos el nombramiento de Illa como presidente de la Generalitat, pero que luego fueron haciendo buenas migas y el ministro circense pronunció finalmente el nihil obstat. Como premio, sugieren algunos (¿resentidos?), a Saray Espejo Benito, pareja de Urtasun, le cayó el cargo de director general de Cuidados, Organización del Tiempo y Equidad en los Trabajos, dentro del departamento de Igualdad de la Generalitat.

Se trata de un cargo de reciente creación que, según los malintencionados de siempre, sirve para colocar a gente con la que no sabes muy bien qué hacer, pero está bien relacionada con el poder: pensemos que la antecesora de la señora Espejo fue, en tiempos de ERC, Nuria Vergés, hermana de la exconsejera de Salud y expresidenta del Parlamento catalán Alba Vergés.

Como el departamento responde a un nombre que no se acaba de entender muy bien (Cuidados, organización del tiempo y equidad de los trabajos… ¿De quién?), se evita el riesgo de la indignación popular que, sin duda, se daría si a la beneficiaria del chollo le hubiese caído una consejería que se ocupara de cosas que todo el mundo entendiera. El nepotismo es el mismo, pero yo creo que pasa algo más desapercibido cuando no se sabe muy bien para qué sirve el cargo que le ha caído al enchufado o enchufada de turno.

Si uno quiere averiguar algo más de las obligaciones laborales de la señora Espejo, siempre puede recurrir al papelamen oficial de la Generalitat, donde se encontrará con conceptos como:

1/ "Definir y diseñar herramientas formativas y metodologías sobre la equidad de género y la igualdad de oportunidades en el trabajo remunerado".

2/ "Impulsar políticas de organización del tiempo y reforma horaria que permitan la conciliación de la vida personal, familiar, laboral, comunitaria, asociativa y de ciudadanía".

Todo suena un poco vago, ¿no? Pero parece que la cosa da curro, pues se nos informa también que, desde el 17 de septiembre de 2024, la señora Espejo se ha reunido con once grupos de interés (aunque no se nos especifica en qué consistía exactamente su interés).

Supongo que algo hay que decir que no sea: "Le hemos dado este cargo a la buena de Saray porque es la mujer del bondadoso Ernest (un hombre al que le gusta el circo no puede ser una mala persona, ¿verdad?) y entre los dos levantarán casi 170.000 euros al año".

Se da la curiosidad de que el sueldo de la señora Espejo es superior al del señor Urtasun, lo cual me lleva a preguntarme si merece más dinero la encargada de cuidados y organización del tiempo que el ministro de cultura (igual hay un suplemento por la perspectiva de género, que se da por supuesta).

Que conste que nadie está diciendo que Saray Espejo sea una indocumentada a lo Begoña Gómez: licenciada en Ciencias Políticas, trabajó como asesora en el Parlamento Europeo y parece capaz de encontrar un trabajo por sus propios medios. Pero tanto ella como su marido y el señor Illa deberían reconocer que no se hacen ningún favor a sí mismos con estas muestras de nepotismo.

Sí, es más grave lo de Joe Biden indultando a su hijo Hunter, pero esta cacicada tampoco resulta de muy buen tono ni trabaja a favor del PSC: que sea una actividad habitual en los partidos lazis no implica que cualquiera pueda incurrir en ella, ¿no?