Cada vez está más extendida la figura del que aspira a pillar cacho intentando mantener, al mismo tiempo, una dignidad imposible. Veamos, sin ir más lejos, el caso de Miquel Calçada (auténtico apellido, Calzada), conspicuo paniaguado del régimen lazi que acaba de ser incrustado en el consejo de administración de RTVE por cortesía de Junts, el partido de Puchi, que es donde ha acabado el hombre tras un montón de años de interesada fidelidad a la CDC de Jordi Pujol, gracias a la cual se hizo con incontables chollos en el mundo de la comunicación (o, mejor dicho, agitación y propaganda) catalana.

Pese a su acrisolado independentismo, el señor Calzada (alias Calçada, alias Mikimoto, como la joyería japonesa del mismo nombre, seudónimo con el que se ganó años ha al público juvenil y que ahora, como si no peinásemos ya todos canas, ha reciclado en su ciberfirma, Mikimoto@rtve.es) no ha tenido nada en contra de trabajar para el audiovisual español (le precedió en el sacrificio el cineasta indepe Francesc Bellmunt, colocado por ERC hace bastantes años), pero ha considerado oportuno hacer algún gesto destinado a demostrar que, en el fondo, está en contra del ente que le va a soltar más de 100.000 euros anuales por seguir las instrucciones de Puchi en todo lo relativo a la radio y la televisión españolas.

El hombre sólo tenía que jurar o prometer su cargo, pero eso debería antojársele una traición a su independentismo legendario, así que se las apañó para amarrar los 100 billetes anuales sin citar ni al Rey ni a la Constitución, recurriendo a un difuso status quo al que aseguraba una relativa fidelidad.

De hecho, hace años que esta pamema tiene lugar en nuestros estamentos oficiales sin que nadie considere que hay que ponerle coto.

Ya la hemos visto en el Congreso, y en el Senado, con gente que promete el cargo de la manera más retorcida posible ante la sonrisita comprensiva del alto funcionario que, en mi opinión, debería ponerle cara de perro y urgirle a que se limitara a jurar o prometer el cargo que, incomprensiblemente, le había caído y se dejara de darle vueltas al asunto para aparentar que no se estaba comprometiendo a lo que se estaba comprometiendo.

En un buen principio, la gente juraba o prometía, dependiendo de si era de natural meapilas o agnóstica.

Pero con el paso del tiempo se fueron colando en la fórmula de la promesa todo tipo de añadidos encaminados a lavar la mala conciencia del neoincrustado en la Administración, que insistía en que prometía su cargo por imperativo legal o que lo juraba por Snoopy. Cualquier cosa antes que dar la impresión de que consideraba un honor el privilegio que le había caído y que trataría de cumplir con él de la mejor manera posible.

Las autoridades, a todo esto, no tardaron mucho en pasarse de progres y comprensivas, tolerando los juramentos y las promesas más absurdos del mundo y más alejados de la obligación inicial.

Así es cómo hemos llegado a la fórmula del inefable Mikimoto, que ha prometido su cargo no sabemos muy bien en nombre de qué.

Pero, vamos a ver, hombre de Dios (y de Pujol): ¿tú quieres pillar esos 100.000 eurillos que tan bien te van a ir para mantener tu elevado nivel de vida? Pues jura el cargo. O promételo. Y trágate al rey Felipe VI y a la Constitución Española.

Y si te da grima verte involucrado con un Rey y una Constitución que, según tú, te impiden vivir a fondo tu catalanidad, pues rechaza el cargo (y los 100.000 pavos) y cédeselo a alguien que lo agradezca un poco más.

Lo que no es admisible es lo de estar en misa y repicando. Es decir, mantener la contumacia en el error independentista mientras se le sacan los cuartos al Estado supuestamente opresor.

O se conserva la dignidad lazi (tampoco se vive tan mal con todas las prebendas del mundo de la comunicación que le han ido cayendo al señor Calzada -o Calçada, si lo prefiere- a lo largo de todos sus años de fidelidad perruna y entrega sin condiciones a la causa) o se pierde a cambio de dinero, en cuyo caso se promete o se jura por Dios, por la patria y el Rey y por lo que haga falta.

Ya sabíamos que el ínclito Mikimoto era un esbirro del lazismo, siempre dispuesto a medrar a costa de su idea de Cataluña. Ahora descubrimos que también sabe medrar a costa de España y que España, en su estupidez, se lo permite dejándole que prometa el cargo con la fórmula que le salga de las narices y que, en teoría, le salve de ser tildado de botifler.

Puede que de eso se salve, a fin de cuentas, pero no se salvará de ser considerado un pesetero infame que, encima, aspira a que nos creamos que tiene dignidad.

Mikimoto, pedazo de arribista, pilla la pasta mientras te caiga y deja de hacerte el digno y el patriota, que no cuela.