Hace tiempo que Carles Puigdemont no tiene mucho más que hacer que chinchar y rabiar, ya sea a través de los siete siervos de los que dispone en el Congreso de los Diputados o de sus ingeniosos comentarios en X, el último de los cuales le ha granjeado el calificativo de miserable a cargo del presidente de la Junta de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page.

Muerto de asco en Flandes, mientras observa cómo su querido Toni Comín se lleva por delante la Casa de la República con su habilidad para la sisa de fondos destinados a otros objetivos de los que él no sacaría nada (¿para qué invertir dinero en los Mossos d’Esquadra acusados de echarle una mano a Puchi cuando se puede gastar en alquilar casas, coches y yates, contando además con la ayuda de su hermana Betona, que es un genio de la creatividad financiera?), nuestro hombre solo dispone del vertedero de Elon Musk para hacerse la ilusión de que existe y es relevante.

Ojo al parche y con la oreja siempre atenta, Cocomocho aprovecha cualquier ocasión para emitir comentarios lapidarios sobre hechos de actualidad de los que cree que puede sacar algo que le sirva para el convento.

El sindiós de Valencia, evidentemente, era un asunto al que no podía dejar de prestar atención: incompetencia del Gobierno central (con el que su partido colabora, por cierto, pero a desgana, como si le hiciera un favor), ineptitud del autonómico (dirigido por un botiflerot del PP que no se molesta ni en hablar valenciano, cuando todo el mundo sabe que la tragedia habría sido menor de expresarse en esa lengua el principal mandamás local), demora imperdonable en la aparición del Ejército (del país opresor: un cerebro privilegiado de El Punt Avui sostenía el otro día que la supuesta ayuda de la UME es en realidad una ocupación militar del territorio)…

Era evidente que, ante semejante tormenta perfecta, Puchi no se podía quedar callado. De ahí que tuiteara lo que le llevó a ser tildado de miserable por García Page: “Embarrados hasta la corona, se irán con el rabo entre las piernas”. En referencia, claro está, al abucheo sufrido por los Reyes en su visita a Paiporta.

Podría haber hecho referencia a la huida de Pedro Sánchez del lugar de los hechos tras ser casi rozado por un palo, pero prefirió centrar su inquina en la monarquía: puede que haya cierta solidaridad entre políticos que tienen por costumbre salir por patas en cuanto pintan bastos. Y mira que hay cosas que decir del valeroso Sánchez.

Para empezar, si el Rey no se retira, el presidente tampoco debería hacerlo. Y no es una cuestión de protocolo, sino de jerarquía moral, aunque también es verdad que Sánchez corría más peligro que Felipe VI, dado que el odio hacia él era claramente superior (lo cual le ha obligado a inventarse, gracias a la presencia de cuatro fachas, una conjura de la extrema derecha para agredirle, como demuestra ese vehículo que le dejaron hecho polvo, pese a que estaba blindado y que las armas de destrucción masiva que todos vimos por televisión eran palos, escobas y fregonas: es posible que, aunque las cámaras no lo recogieran, la extrema derecha hubiese recurrido al Increíble Hulk).

Prescindiendo de Sánchez, al que apoya, aunque sea a su manera, Puchi la tomó con la monarquía y no se tomó la molestia de responder a García Page. De ello se encargó su segundo de a bordo, Jordi Turull, plenamente consciente de que nunca está de más sobreactuar cuando se trata de medrar.

“Los heraldos de un Estado fallido pasan al ataque”, sentenció sobre ese Estado que, según él, más virulento se muestra cuanto más fallido. Afirmación que traiciona a quien la sostiene: ¿hay algo más fallido y virulento que el prusés y todo lo que cuelga? La mala uva es lo único que les queda a los Puchis y los Tururull de este mundo. Una mala uva que, encima, pretende impostar un ingenio del que carece.

De hecho, siempre ha sido así. Recordemos el comentario graciosillo de la infame Clara Ponsatí cuando la gente caía como moscas en Madrid durante la pandemia: “De Madrid al cielo” (“Del Parlamento Europeo a la mierda”, podríamos decir de ella).

O pensemos en el humor que se gastan esos genios de la risa lazi como Jair Domínguez o el troglodítico Peyu, que no tienen puñetera gracia porque un fanático nunca podrá ser un buen humorista. O en la festa major que están celebrando en los digitales del ancien régimen con la bronca que se han llevado los Reyes en Paiporta.

De los comentarios miserables de Puchi a los chistecitos siniestros de los graciosillos de TV3, pasando por la mal disimulada schadenfreude digital ante la chapuza autonómico-estatal de la DANA de Valencia lo único que se deriva es un concepto escasamente satisfactorio: impotencia.

Fracasado el delirio indepe, solo queda la mala baba, el chinchar y rabiar, el (intentar) morir matando. Todo ello con un liderazgo ridículo a cargo de Carles Puigdemont, un miserable, un cobarde y, completando por mi cuenta la definición de García Page, un imbécil de la peor especie: la de los que unen maldad y estupidez y solo sirven para dejar el mundo en peor estado del que lo encontraron. Es decir, la versión pequeña y grotesca de los Trump, Putin, Musk y demás sujetos despreciables.

Que Pedro Sánchez recurra para conservar el sillón a un pueblerino malasombra que se permite insultar al jefe del Estado es ya un tema que rebosa las intenciones de esta columna.