En los años gloriosos del prusés, la ANC pintaba mucho en su condición de brazo armado del independentismo. Sus mandamases organizaban unas manifestaciones de corte norcoreano de lo más vistosas y hasta le decían al presidente de la Generalitat que pusiera las urnas.
Junto a Òmnium Cultural, la ANC formaba parte del aparato de agitación y propaganda del régimen, en el que también se congregaban TV3, Catalunya Ràdio y algunos diarios, tanto digitales como de papel.
Resumiendo: la ANC fue algo muy importante hasta que dejó de serlo cuando la causa que defendía pasó a mejor vida tras la astracanada soberanista de Puigdemont y sus muchachos, la aplicación del 155, la cárcel para unos amotinados y la fuga disfrazada de exilio para otros, la progresiva pérdida de fuelle por parte de las masas indepes, que lo mismo se vienen arriba que se vienen abajo, el desinterés del sector social juvenil, en el que tantas esperanzas se habían depositado desde los primeros tiempos del pujolismo, la lucha fratricida entre los de Puchi y los del beato Junqueras y, en resumidas cuentas, todos esos previsibles desastres que se ciernen sobre los lazis cada vez que les da por mear fuera de tiesto (como ya hicieron en su momento pioneros del delirio regional como Companys o Macià).
La situación actual del movimiento independentista no tiene nada que ver con la de sus años de (aparente) esplendor. Por eso se agradecería que esas asociaciones que tanto se subieron a la parra hace un tiempo, se bajaran ahora de ella y adoptaran un perfil bajo, más que nada, para no hacer el ridículo, que es lo que se empeña en hacer la ANC con la actitud adoptada por su actual mandamás, el cantautor jubilado Lluís Llach, secundado en su absurda sobradez por Jordi Pesarrodona, también conocido por el simpático alias de El payaso del prusés (además de la práctica del activismo indepe, nuestro hombre se ganaba la vida, o lo pretendía, ejerciendo de augusto).
Puede que la causa esté cada día más muerta y putrefacta (y más que lo estará cuando nos libremos de Pedro Sánchez), pero Llach y Pesarrodona no cesan en sus bravuconadas.
A los actos que convoca la ANC cada vez acude menos gente, aunque, eso sí, de más edad. De ahí estas declaraciones admirables del payaso: “Somos la revolución de los cabellos grises. Somos la revolución de los mayores. Somos incluso la revolución de los que no tenemos pelo” (esto debe de ir por Llach, a quien ya Serrat se refería a sus espaldas como La cantante calva).
El pasajero en permanente viaje a Ítaca, por su parte, también dice cosas de mucho mérito. A Salvador Illa lo ha definido, sucesivamente, como fascista, seudo fascista y seudo franquista. También lo ha calificado de virrey.
No contento con eso, ha decretado que el Parlamento catalán lleva secuestrado desde el 2017, y que estos últimos años de ocupación española son los más graves desde 1714. El hombre suelta esas gansadas y se queda tan ancho.
Sin percatarse de lo grotesco que resulta tildar de franquista a un sociata de toda la vida cuando se ha militado de joven en los Guerrilleros de Cristo Rey, como fue el caso del sensible excantautor, cuyo progenitor, por cierto, fue el alcalde franquista de Verges y su jefe local del Movimiento.
El payaso Pesarrodona, por su parte, se conformó con militar en Fuerza Joven, sector juvenil de la Fuerza Nueva de Blas Piñar, entre 1977 y 1980.
O sea, que estamos ante dos genuinos representantes del que podríamos denominar Síndrome Pío Moa y que consiste en echar tu vida a los cerdos dos veces: Moa estuvo en el Grapo de joven y se hizo franquista de mayor; el cantante borreguil y el payaso ejercieron de fachas en la adolescencia y se pasaron al separatismo de mayores, dos excelentes maneras de perder el tiempo y hacérselo perder a los demás…
No sé si el payaso sacó algo de Fuerza Nueva, pero el cantautor heredó de su tía Pilar, fundadora de Falange en Tarragona, esas viñas que él, siendo abstemio, ha sabido rentabilizar convenientemente bajo la apelación Vall Llach. Ya sabemos que el hombre nunca le hace ascos al dinerito.
¿Debemos recordar de nuevo que inscribió su fundación en Madrid porque le salía más barato o que no pagó las cuotas de la ANC hasta que no le quedó más remedio que hacerlo si quería convertirse en su presidente?
Puede ser que el cantante y el augusto sean lo que merece la ANC en estos tiempos de penuria. Y si además cuentan con la colaboración de otro destacado miembro de la tercera edad como el escritor Julià de Jòdar (también conocido como el Lenin de la CUP, partido en el que tuvo la humorada de militar durante una época, ¡a su edad!), se hacen con un corpus intelectual de campanillas que se manifiesta en esas Las tesis de agosto que, en la línea de las célebres Tesis de abril de Lenin, marcan la línea a seguir por esa revolución de los canosos, los provectos y los calvos de la que blasona el payaso Pesarrodona.
Lo de Llach, Pesarrodona y De Jòdar es, claramente, una muestra de contumacia en el error. En vez de seguir el ejemplo de Xavier Antich, líder de Òmnium que se esfuerza últimamente en pasar desapercibido (mientras estudia atentamente, tal vez, otras posibilidades de medro), estos tres incrementan a diario el alcance de sus micciones fuera de tiesto.
La realidad va por un lado y ellos van por otro. Aunque también es verdad que, por lo menos en los casos del cantante sensiblero y el payaso que se hizo célebre el 1 de octubre por tirarse al suelo sin haber recibido el porrazo policial pertinente (en la línea del primario Graupera, por cierto), lo de ir en dirección contraria al rumbo de la historia es algo que ya practicaban cuando creían en Fuerza Nueva y en los Guerrilleros de Cristo Rey.
Genio, figura y metedura (de pata) hasta la sepultura.