El prusés los cría y ellos se juntan. Véase, si no, la peculiar pareja que componen el presidente de la ANC, Lluís Llach (Girona, 1948), y el escritor Julià de Jòdar (Badalona, 1942), claros representantes del Frente de Juventudes del movimiento independentista e inasequibles al desaliento, pese a la situación calamitosa por la que atraviesa la quimérica liberación del terruño del oprobioso yugo español.
En muy pocos años, el omnipresente prusés, con sus tomas de aeropuertos, cortes de carreteras y batallas de Urquinaona, ha experimentado una espectacular decadencia que da mucho que pensar sobre el entusiasmo manifestado no hace mucho por las masas sedientas de libertad. De hecho, no se sabe muy bien qué ha sido de esas masas, pues no suelen hacer acto de presencia en los aquelarres de la ANC que insiste en organizar el señor Llach: en el último, un doblete quejica ante la comisaría de la Policía Nacional en la vía Laietana y la Generalitat del funesto españolista Salvador Illa, se concentraron la friolera de 300 manifestantes.
La explicación oficial para la falta de entusiasmo independentista que se registra actualmente consiste en que la desastrosa actuación de los partidos políticos soberanistas ha propiciado el hundimiento moral del colectivo lazi, que ya no se fía de nadie y se queda en casa en vez de acudir a los actos a los que se le convoca. Pero yo atisbo cierta frivolidad en el lazismo, que muestra una tendencia a darse de baja de sus sueños cuando estos se revelan más complicados de lo que parecían y poco dispuestos a hacerse realidad con rapidez y facilidad. Los partidos, ciertamente, lo han hecho todo fatal, pero no se percibe mucha fe en la causa cuando, con la excusa de unos gestores lamentables, se abandona el entusiasmo previo y se cae en el derrotismo.
En ese sentido, la actitud del dúo dinámico Llach-De Jòdar tiene un punto admirable, dentro de su mezcla de ingenuidad y mala fe. Contra toda evidencia, estos dos iluminados siguen insistiendo en que la mayoría de los catalanes está por la independencia. Llach continúa organizando actos a los que cada día acude menos gente, mientras da la chapa en las instituciones europeas para ver si alguien le hace caso en sus batallitas contra el perverso estado español.
Por su parte, el señor De Jòdar, escritor de cierto prestigio, responsable de la aclamada trilogía L'atzar i les ombres y ganador de premios literarios como el Sant Jordi y el Prudenci Bertrana, se saca de la manga una entelequia denominada Las tesis de agosto, inspiradas, al parecer, en las célebres Tesis de abril de Lenin. De Jòdar se convierte así en el Lenin de la CUP, partido eminentemente juvenil del que fue diputado entre 2015 y 2016.
Por lo que he leído de Las tesis de agosto (redactadas tal vez durante unos días de verano en los que no le apeteció irse a la playa), la cosa es un claro ejemplo de wishful thinking, enumerando todo lo que hay que hacer para plantar cara retóricamente al enemigo, pero sin ofrecer ningún dato útil en caso de que ese enemigo se tome a mal la resistencia (o provocación) independentista.
Reconozco que no las he leído enteras, pero con el resumen de Vicent Partal (otro inasequible al desaliento convencido de que el independentismo es un sentimiento mayoritario en la Cataluña actual) creo que ya estoy servido e informado. Que un hombre de casi 82 años tenga la humorada de estrujarse las meninges para alumbrar unas tesis que no llevan a ninguna parte da que pensar, aunque nada bueno, pero hay que reconocer que no sorprende en alguien como De Jòdar, que ya demostró su desconcierto político haciéndose de la CUP, club de jóvenes alopécicos con amor a las quimeras en el que un hombre de su edad cantaba como una almeja.
Juraría que el actual lazismo consta de derrotistas y dimisionarios, por un lado, y de monomaníacos recalcitrantes, por otro. Los primeros demuestran con su actitud que lo suyo fue prácticamente una muestra de frivolidad oportunista, un go with the flow, que dirían los anglos: estaban a favor de la independencia del terruño mientras no costara ningún esfuerzo ni comportara el menor sacrificio. En cuanto las cosas se complicaron, adiós muy buenas y fue bueno mientras duró.
Pero tal vez es más nociva la actitud de los recalcitrantes, de los partidarios de la contumacia en el error, de los que siguen pensando que ho tenim a tocar si perseveramos con la matraca. Los señores Llach y De Jòdar brillan con luz propia en ese sector, el uno con sus manifas sin quorum y el otro con sus tesis inspiradas por Lenin, como si quisiera darle la razón a Marx cuando dijo aquello de que las tragedias se repiten como farsas.
Ambos son la prueba viviente de que se puede llegar a octogenario prescindiendo por completo de la lucidez, algo que, si bien nunca ha hecho feliz a nadie, sí suele servir para morirte un poco menos tonto de lo que eras al nacer.