Se habla mucho de la masculinidad tóxica, pero poco o nada de su equivalente femenino, que ha padecido en sus carnes, sin ir más lejos, el señor Eduard Pujol (Martorell, 1969), peso pesado de Junts hasta que unas denuncias (que ahora han resultado ser falsas) de acoso sexual precipitaron su caída en desgracia y un intento de cancelación.
No conozco personalmente al señor Pujol, pero reconozco que nunca le he considerado una lumbrera (ciertos representantes muy notables del establishment lazi de agitación y propaganda lo tenían, directamente, por un cenutrio: no diré nombres). Ahora está en el Senado y como orador es tirando a lamentable, pero puede que alcanzara su punto más bajo de credibilidad hace unos años, cuando le dio por declarar que le perseguía por las calles de Barcelona un tipo en patinete que, según él, lo más probable es que trabajara para el CNI.
A algunos nos divirtió mucho lo del patinete, pero las acusaciones de tinte sexual resultaron mucho más gravosas para nuestro hombre, que casi desapareció de la escena pública. Ahora resulta que las dos mujeres que lo denunciaron solo eran novias despechadas que vieron la oportunidad de vengarse de él y la aprovecharon. Una de ellas, Noemí Llorens, regidora de Junts en Pineda de Mar, ha reconocido que mintió, pero que se vio presionada para hacerlo, apuntando a Aurora Madaula, quien, al parecer, no veía la hora de librarse de Pujol en su medro personal dentro del partido (ella lo niega y dice que todo forma parte de un complot para desprestigiarla: veremos cómo acaba la cosa).
La otra, Eva Ràfols, ha resultado ser una alumna aventajada de la perturbada Martha de Mi reno de peluche. Pujol cortó su relación con la señora Ràfols y esta optó por ponerle de vuelta y media en las redes sociales y por enviarle miles de mensajes de texto que no han salido a la luz, pero nos los podemos imaginar: los típicos de aquella (o aquel) que no se deja cesar en las relaciones sentimentales y la emprende con el (o la) que se ha dado de baja amorosa.
Esta historia sirve para demostrar que ERC no está sola a la hora de adoptar decisiones moralmente discutibles (el lío del Alzheimer y la sospechosa actitud al respecto de Marta Rovira), pues en Junts también pasan cosas que no deberían pasar (y, seguramente, también en todos los demás partidos). El problema específico de los independentistas es que su, digamos, prestigio ya está por los suelos, con lo que este tipo de presuntas inmundicias solo sirve para hundir un poco más la causa que dicen defender (según el último barómetro del CIS, los dos principales partidos lazis bajan en intención de voto, quedándose ERC con el 1,4% y Junts con el 1,3). Para evitar la irrelevancia en la que están cayendo, no hay nada peor que la sospecha de prácticas mafiosas en su estructura.
Pero esta historia sirve, sobre todo, para demostrar que la toxicidad femenina existe, aunque excluya la violencia física que suele distinguir a lo peor de mis congéneres. Yo diría que la mala baba es de las pocas cosas que están democráticamente repartidas en nuestra sociedad. Como la estupidez, que no distingue entre izquierdas y derechas, separatistas y unionistas o hinchas del Barça y del Real Madrid. La mezquindad y la miseria moral no son privativas de los hombres, y afirmar esto no es ir en contra del feminismo, sino reconocer que hay actitudes lamentables en ambos sexos (y también entre los transexuales y los no binarios).
Evidentemente, de la actitud de las señoras Llorens y Ràfols no se puede deducir que todas las mujeres son malas, como sin duda hará más de un merluzo machista, pero tampoco se puede acusar a todos los hombres de ser unos violadores en potencia, como han hecho algunas luminarias del más reciente y radical feminismo (recordemos la brillante teoría de que toda penetración es una violación –la inefable Pam llegó a decir que es mejor masturbarse con fines autoexploratorios que acostarse con un hombre–, aunque la penetrada no se dé cuenta, probablemente porque su mente ha sido manipulada por el heteropatriarcado).
Tomar partido por Eduard Pujol no es una muestra de defensa corporativa del género masculino. Tampoco hace falta que admires al sujeto o que, por lo menos, te caiga bien (yo no lo admiro, no siento por él la menor simpatía y siempre me ha parecido un pelmazo y un panoli, sobre todo a raíz del caso del patinete). Se trata, simplemente, de que las cosas son como son y no hay más cera que la que arde: este hombre ha sufrido un daño moral innegable que hay que reparar (tampoco hace falta que le den un cargazo: con lavar su buen nombre, va que chuta).
Y sí, hay mujeres tóxicas como hay hombres tóxicos. Algo que muchos ya sabíamos antes del asunto Pujol.