Josep Rull, actual presidente del Parlamento catalán (en funciones), debe ser de las pocas personas en este mundo que creen que su amado líder, Carles Puigdemont, cumplirá su promesa de presentarse el día de la investidura del nuevo presidente de la Generalitat, aunque no le quepa a él tal honor. Supongo que, si se cree esto, también se debió creer, en sus respectivos momentos, todos los anuncios de Puchi de que volvía al terruño, aunque no se cumplió ninguno.

O este hombre es un crédulo patriótico, o añora aquella celda de Soto del Real en la que asfixiaba a cuescos a su compadre Tururull (parece que la alimentación del trullo no le sentaba muy bien y le propiciaba los gases: pequeños daños colaterales del independentismo) o, simplemente, sabe que puede decir eso de que se inmolará por su jefe si lo intentan detener en el parlamentillo, para lo que antes deberán arrestarle a él, o en realidad no es el aparente ingenuo que cree en las promesas de Cocomocho y es consciente de que nunca lo van a esposar porque:

1. El fugitivo de Flandes será detenido en la frontera (sentado en el coche o hecho un gurruño en el maletero, tal vez cagao y meao) y no podrá hacer una entrada gallarda en el Parlament de Catalunya.

2. Puchi no piensa presentarse a ninguna investidura (ni a la suya propia, por improbable que parezca) hasta que se aclare lo de su amnistía, para la que actualmente pintan bastos.

O sea, que Rull es un true believer o un bocachancla que hace promesas a sabiendas de que no va a verse obligado a cumplirlas. Me inclino por la segunda posibilidad, conociendo cómo las gastan en Junts. Lo que le gusta a Puigdemont es convocar cumbres absurdas como la que tuvo lugar el otro día en Waterloo y a la que acudieron conspicuos representantes del lazismo, pertenecientes a Junts, ERC, la CUP, Òmnium Cultural y la ANC (como portavoces de una supuesta Mesa de Edad indepe figuraban Lluís Llach, que para algo es el tapado de Puchi en la ANC –aunque no del todo: le asoman los pies y la calva– y Carles Riera, ese señor de la CUP con pinta de monje de Montserrat al que yo daba por felizmente jubilado).

Me enteré de la cimera por TV3, que le concedió una importancia equivalente a la de las elecciones francesas (por cierto, allez vous faire foutre, madame Le Pen) y nos dio en sus Tele Notícies una chapa notable al respecto. Aunque se suponía que la reunión era secreta y que se pretendía alejar a la prensa, al final TV3 tuvo acceso, lo que me hace pensar que la reunión era tan discreta como los posados en bikini de Ana Obregón de los viejos buenos tiempos.

Una cumbre, aunque sea de pegolete, siempre va bien para darse aires de grandeza, aparentar una unidad que no se ve por ninguna parte y, en el caso que nos ocupa, alejar el foco de las trapisondas de los partidos. ¿Que en ERC se ha montado un cirio por los carteles insultantes hacia los hermanos Maragall y en Junts parece que Toni Comín cargaba gastos personales a cuenta del Consell de la República? ¡Pues cumbre al canto! Llamas a TV3 para que se acerquen a Waterloo, mientras sostienes que el cónclave es top secret, y aquí paz y después gloria. Eso sí, luego practicas el secretismo y dices que no va a trascender nada de lo hablado en la reunión, para que no se note que no se ha llegado a ningún acuerdo y que la cumbre ha sido en realidad una manera como cualquier otra de perder el tiempo y hacer un poco de turismo.

Y, mientras tanto, en Barcelona, Josep Rull se prepara para inmolarse por el Líder Máximo con la tranquilidad de saber que no tendrá necesidad de hacerlo. ¿Volver a ese palacio de la flatulencia que es Soto del Real? ¡Ni hablar! Imaginemos que le toca un compañero de celda menos tolerante que Tururull y le soluciona lo de los gases a base de patadas en el culo…