Intuyo que los partidos independentistas deben estar empezando a lamentar haber dado tanta cancha a la ANC, Òmnium, Plataforma per la Llengua y demás guardianes de las esencias que ahora, cuando pintan bastos para el separatismo, se empeñan en ejercer de émulos de Pepito Grillo y en afear la conducta de ERC y Junts, que no hacen lo que habría que hacer para acceder a la tan anhelada independencia.
ERC y Junts no pasan por sus mejores momentos y, encima, tienen que aguantar los chorreos de Lluís Llach (sobre todo, los de ERC, a los que amenaza con enfriar relaciones si insisten en coquetear con el PSOE y acaban echándole una mano a Salvador Illa para que llegue a presidir la Generalitat). El provecto cantautor de Verges se muestra especialmente farruco (en Òmnium, que tampoco es lo que era, Xavier Antich adopta un perfil bajo y se presta a retratarse con todos los políticos) y muestra poses de caudillo, como si estuviera pensando que el presidente del gobiernillo debería ser él.
La culpa de que los vigilantes de la patria se estén subiendo a la chepa de los políticos la tienen estos, que dejaron en sus manos las paradas norcoreanas del 11 de septiembre y se empeñaron en calificarlos de sociedad civil, cuando solo se trataba de gente subvencionada desde el poder para ayudarle a liarla parda. Y cuando la criada te sale respondona es muy difícil conseguir que se calle. En estos momentos, las criadas están muy crecidas.
En la ANC llevan en ese plan desde los tiempos de Dolors Feliu, y da la impresión de que con Llach las cosas van in crescendo. Para añadir más leña al fuego, el mandamás de la Plataforma per la Llengua, Òscar Escuder (que lleva años recibiendo subvenciones del régimen para que espíe a los niños en el patio, a ver en qué idioma se comunican) ha tenido otra de sus ideas brillantes, que también entra en el terreno usualmente reservado a los políticos: el hombre ha animado a sus huestes a que detecten comercios que no rotulen en catalán, los fotografíen, cuelguen las imágenes en las redes y los sometan al escarnio público hasta que se decidan a utilizar la lengua adecuada.
De esto, antes se encargaba prácticamente en solitario el inefable Santiago Espot, que apatrullaba la ciudad apuntando en su cuadernito las tiendas que no rotulaban en catalán y a las que luego denunciaba: el hombre presumía del número desmesurado de negocios a los que había denunciado, como si el trabajo de soplón fuese de los más dignos que pueda desempeñar un ser humano. Escuder pretenden lanzar a sus falanges a la calle para cazar a réprobos de la lengua que, si no se enmiendan, serán convenientemente denunciados ante la autoridad competente. Puede que en otras cosas no avancemos, pero en la promoción de la delación no hay quien nos gane.
Parece haber cundido entre los vigilantes (a sueldo) de la patria la idea de que los políticos no dan una a derechas y les toca a ellos mantener encendida la llama de la insurrección. El problema es que quien paga, manda, y si Escuder y Llach se quedan sin la sopa boba del gobiernillo (cosa que puede llegar a pasar con una Generalitat socialista) van a tener que chapar sus respectivos negociados porque de las cuotas de los socios no hay quien viva (el propio Llach no creía en las cuotas, como demuestra el hecho de que no pagara las de la ANC hasta que vio que podía presidirla: estamos ante un patriota con un ojo en el bolsillo que, ya hace años, registró su fundación en Madrid porque se pagaban menos en impuestos).
Cuando yo era pequeño, se puso de moda un juguete llamado Ayudando a papá que consistía en un volante de pega que se enganchaba con una ventosa al salpicadero, junto al de verdad. De esa manera, los niños (que en aquellos tiempos se sentaban donde les daba la gana y no se ponían el cinturón de seguridad porque no había) podían hacer como que conducían, girando el volante a voluntad y, si no recuerdo mal, hasta cambiar de marcha. Todo ello, claro está, sin que su actividad influyera lo más mínimo en la de su padre, que era quien conducía realmente el vehículo. Los vigilantes de la patria son una nueva versión de Ayudando a papá, pero ahora les ha dado por creer que con su volante de pegolete pueden alterar el rumbo del vehículo. Y a diferencia de los niños de mi generación, no son conscientes de que quien les da de comer es el que conduce realmente el coche.
Aunque sea hacia el precipicio.