Las encuestas electorales no se están portando muy bien con Carles Puigdemont: todo parece indicar que su retorno victorioso a la presidencia de la Generalitat no está muy claro. Teniendo en cuenta que, según TV3, hay entre un 30% y un 40% de electores que aún no ha decidido el sentido de su voto, ¿no iría siendo hora de que Puchi hiciera algo para convencer a los indecisos de que él es el caudillo providencial llamado a salvar a Cataluña (de sí misma)?

Aunque, desde un punto de vista personal, le deseo lo peor, me considero un hombre severo, pero justo, por lo que no se me caen los anillos a la hora de marcarle el camino a seguir al presidente más legítimo que vieron los tiempos: Puchi, hazme caso, si quieres salir de la incómoda situación de quiero y no puedo en la que te encuentras, se impone un gesto que incline la balanza a tu favor. Y ese gesto consiste en dejarte caer por tu querida Cataluña y hacerte detener por los mossos d'esquadra, la policía nacional o la guardia civil.

En cuanto te vean esposado, los indepes que consideran que llevas tomándoles el pelo siete años, se caerán del caballo, como Pablo en el camino a Damasco, y se darán cuenta de que eres el líder que estaban esperando para conseguir la liberación del terruño, abandonando cualquier intención de abstenerse o, aún peor, votar al Petitó de Pineda, a las chicas de la CUP o a la Marine LePen de Ripoll.

Todos sabemos que Cocomocho es alérgico al trullo, como demostró en su momento dándose el piro a Flandes después de citar a sus compañeros de aventuras en la oficina el lunes siguiente. No es menos cierto que ya hemos perdido la cuenta de las veces que ha prometido volver a casa y al final se ha quedado al otro lado de la frontera. Digamos que sus años de erasmus en Bélgica no se han distinguido precisamente por sus constantes actos de valor, dedicándose básicamente a despotricar de España a una prudente distancia y ejerciendo una insumisión del modelo La manga riega y aquí no llega. Y su fuga tampoco fue muy digna, si es verdad que la llevó a cabo hecho un gurruño en el maletero de un coche y, como insinuaba sutilmente el sindicalista Matías Carnero, cagao y meao.

Es por cosas como esta que el hombre ha ido adquiriendo una (¿justificada?) fama de gallina que se compadece muy mal con esa imagen de salvador de la patria que pretende proyectar. De hecho, para combatir esa imagen, hace tiempo que debería haberse plantado en España y ponerse a trabajar seriamente en un conflicto internacional que le hubiese venido muy bien a la causa. Ahora tiene la última oportunidad de quedar como un héroe, y yo de él no la desaprovecharía. De hecho, yo solo le veo ventajas, pues dejándose detener, mataría varios pájaros de un tiro.

Para empezar, pondría en un brete a su amigo Pedro Sánchez (al que, por cierto, ya ha amenazado con dejarle caer como Illa consiga auparse a la presidencia de la Generalitat), que se encontraría con un preso de lo más incómodo que es, además, un candidato electoral. Para continuar, la detención de Puchi desintegraría definitivamente a ERC y dejaría al beato Junqueras con el culo torcío. Por no hablar de los que piensan votar a Sílvia Orriols, quienes, al ver esposado a nuestro héroe, cambiarían de opinión y pondrían en marcha su peculiar versión del voto útil.

A un nivel internacional, la cosa también tendría su aquél, y no sería descartable un manifiesto de apoyo firmado por Noam Chomsky y otros figurones de la bondad institucional. En resumen, se liaría un cirio del copón bendito que solo podría beneficiar a nuestro hombre y que, a lo sumo, lo mantendría una breve temporada a la sombra, hasta que se hiciera efectiva la amnistía (si es que acaba saliendo adelante), en caso de no ganar las elecciones, y que sería un circo de tres pistas si las ganaba: puede que algunos no entendamos cómo es posible que un aspirante a presidiario pueda presentarse a unos comicios, aunque sean regionales, pero si los gana desde el talego, se puede crear un caos institucional que solo podría redundar en beneficio del detenido.

Hazme caso, Puchi, lo de La manga riega y aquí no llega ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Cole Porter te diría: Let’s face the music and dance. O sea, que ya va siendo hora de que des la cara. Tal como yo lo veo, la cosa es un win win, que diría el Astut Mas. Tanto si ganas las elecciones catalanas como si las pierdes, habrías logrado sembrar el caos y contribuir a la ingobernabilidad de España, dos actividades que se te dan de maravilla (mejor que gobernar, diría yo). Y piensa en la cara que pondría Matías Carnero cuando asistiera a tu insólito acto de valor. Eso sí, cuando te pongan las esposas, haznos el favor a todos de no ciscarte por la pata abajo, que desluciría mucho tu gran momento.