Llanto y crujir de dientes en TV3 ante el feo que les acaba de hacer la Academia de Hollywood (prima hermana de la catalana, como todo el mundo sabe) no premiando al cine catalán en su ceremonia del domingo pasado (descrita como la de los Óscar más catalanes).

Llevaban semanas dándonos la chapa con lo del cine catalán petándolo en Hollywood, y para eso les bastaba con dos películas, La sociedad de la nieve, de J. A. Bayona, y Robot Dreams, de Pablo Berger. Teniendo en cuenta que la primera la ha financiado Netflix y que el director de la segunda es un señor de Bilbao, no sé yo dónde ven la catalanidad de ambos productos, pero ya se sabe que el aparato de agit prop del régimen se agarra a lo que puede para impostar una grandeur que no se detecta por ninguna parte. No es que el cine (o la cultura en general) les importe mucho a los nacionalistas, pero cualquier excusa es buena para seguir aparentando que Cataluña es un país independiente.

De hecho, la mera existencia de la Academia Catalana del Cine es otro intento de simular que se es lo que no se es. Hasta nueva orden, Cataluña es una comunidad autónoma del Reino de España, por lo que no puede hablarse de cine catalán (o gallego o vasco), sino de películas españolas rodadas en catalán, gallego o vasco. A nadie se le ocurrió decir en su momento que Buñuel hacía cine aragonés o Berlanga, cine valenciano.

Con la excusa patriótica, TV3 presume de películas en las que no ha puesto ni un euro o ha aportado una cantidad mínima que no da ni para un día de rodaje. De hecho, los monises públicos se reparten teniendo en cuenta quién los solicita. Para entendernos, si usted va en la línea de Isona Passola, la película le saldrá prácticamente gratis (el régimen cuida de los suyos), pero si está más en la onda de Isabel Coixet, pasarán de usted o acabarán soltándole 15.000 eurillos para cubrir el expediente, que no le llegarán ni para los bocadillos de chóped a consumir durante el rodaje.

Cuando yo rodé mi primera (y me temo que última) película hace 20 años, las televisiones autonómicas solían entrar juntas en los proyectos (estaban más o menos unidas bajo las siglas FORTA, que ya no recuerdo qué palabras encabezaban), mientras que ahora hay que asaltarlas una por una. En mi proyecto, llegó un momento en el que teníamos dinero de todas las televisiones menos de la catalana, que se resistía (intuyo) a financiar a un enemigo de Cataluña de mi calibre. Finalmente, la intervención de un amigo mío que también lo era de Duran i Lleida y pintaba bastante en Unió logró desencallar el asunto y TV3 aflojó la mosca (aunque en menor cantidad que Canal Sur, tócate las narices).

La película, Haz conmigo lo que quieras, no funcionó mal, pero tampoco fue un exitazo. Me nominaron para los Goya, pero no me lo dieron. TV3 pasó la película dos veces, a medianoche y doblada al catalán. Pero estoy convencido de que si me llegan a dar el premio y la peli es un taquillazo, me hubieran convertido de la noche a la mañana en un cineasta catalán y a mi largometraje en una clara muestra de cine catalán (aunque el productor, Juan Alexander, fuese de Madrid). Como dicen los anglosajones, Everybody loves a winner!

Ahora siguen haciendo lo mismo. Se enamoraron de Alcarràs porque funcionó en festivales y les permitió venirse arriba, aunque igual ni la habían visto (no es grave: yo tampoco, pues me temo que soy insensible a las cuitas de unos payeses de la Cataluña profunda). Y han aplicado el mismo baremo a La sociedad de la nieve y Robot Dreams, dos películas a las que les ha ido muy bien en la taquilla (la primera) y con la crítica (la segunda).

Que La sociedad de la nieve se haya rodado en castellano y la haya pagado Netflix les da igual: cine catalán por decreto, aunque Bayona siempre haya aspirado a una carrera internacional y tirando a apátrida. Que Robot Dreams cuente con un director vasco tampoco les impide considerarla cine catalán. Probablemente porque es cine catalán todo aquello que conviene a los intereses del nacionalismo y a esa ridícula actitud impostada de nación independiente que no se corresponde con la realidad, pero que tal vez hace felices a los espectadores de TV3.

Tampoco hay nada de lo que sorprenderse. Dentro de toda esa simulación permanente en que consiste el independentismo, es normal que incluyan el cine (o el arte, o la literatura) como un elemento más al servicio del famoso hecho diferencial. Así se divierten los lazis. Lástima que sea con el dinero de todos.