De la misma manera que el dúo Nebulossa ha logrado resignificar la palabra zorra -que ya no es un insulto grosero, sino la definición de una mujer empoderada, aunque muchos, incluidas algunas feministas, no acabemos de verlo claro-, el partidillo extraparlamentario Solidaritat Catalana per la Independència, fundado años ha por Joan Laporta (que ya no quiere saber nada al respecto) y dirigido en la actualidad por un tal David Folch, acaba de conseguir resignificar el concepto ILP (iniciativa legislativa popular): ahora, en mi opinión, las siglas corresponden a iniciativa lela y pelmaza. ¿Cómo lo han logrado? Pues sacándose de la manga una ILP para que se ponga a votación en el Parlamento catalán la declaración de independencia del terruño.
La propuesta no ha sido recibida con un entusiasmo excesivo en nuestra Cámara regional, pero ha tirado adelante con los votos de Junts y la CUP, la oposición del PSC, la abstención de ERC y las amenazas de Ciudadanos y Vox de llevar el asunto a los tribunales porque el Parlament carece de las atribuciones necesarias para tirar adelante ese tipo de cosas. Lo de la CUP entra dentro de su peculiar lógica (creen que ya somos libres y que solo queda un fleco sin importancia: poner en práctica la independencia, aunque el asunto se presente peliagudo).
Sostienen los cupaires que en el Parlamento local se puede hablar de todo, en la línea de cuando decían, en el momento álgido del prusés, que poner las urnas nunca puede ser un delito (aunque se trate de un acto absolutamente ilegal). Y lo de Junts también era previsible: los de Puchi, con tal de liarla, dar la chapa y envenenar el ambiente son capaces de cualquier cosa, aunque sean los primeros en darse cuenta de que no van a ninguna parte. Y es que la ILP de los examigos de Laporta, ciertamente, no va a ninguna parte (los letrados de la Cámara ya han advertido de la ilegalidad del temita y de los problemas que puede ocasionar a los señores diputados), por lo que calificarla de lela no es un insulto, sino una descripción. En este caso, pelmaza tampoco es un improperio, sino, únicamente, la constatación de que el gen de la pesadez sigue plenamente activo en ciertos sectores extremistas del lazismo.
Todos recordamos cómo acabó la charlotada de 2017: aplicación del 155, porrazos a granel para los participantes en el referéndum de pegolete, fuga bochornosa del cerebro de la conspiración, talego para los pobres desgraciados a los que Puchi, con todo su papo, había convocado para el lunes siguiente mientras se disponía a meterse en el maletero de un coche. O sea, vuelta al autonomismo, si es que alguna vez se abandonó. Y ahora, en plena discusión por la amnistía de los golpistas patrióticos y con una sequía del copón que se nos viene encima a pasos acelerados, a los plastas de Solidaritat Catalana per la Independència (que, insisto, ni siquiera cuentan con representación en el Parlamento catalán) se les ocurre organizar una ILP. Les toca ahora reunir las 50.000 firmas necesarias para que el asunto pueda abordarse oficialmente, y puede que las consigan, aunque hay lazis quemados y hartos a punta pala (como se pudo comprobar con la reciente reelección de Cocomocho como presidente del Consell de la República, donde solo votó el 10% de los 90.000 incautos a los que el Líder Máximo -¿de qué?- sustrajo en su momento 10 eurillos por barba para financiarse los mejillones y las patatas fritas).
Si consiguen las 50.000 firmas, la mayoría del Parlament se las pasará por el arco de triunfo (hasta en ERC reconocen que no está el horno para bollos independentistas en la Cataluña actual), la propuesta será rechazada y aquí paz y después gloria. Se habrá perdido tiempo y dinero, pero también es verdad que eso es algo a lo que el lazismo no es que esté acostumbrado, sino que parece incluso disfrutarlo: a falta de algo más sustancioso, dar la tabarra de manera monotemática es lo único que los mantiene más o menos vivos.
Los catalanes llevamos haciendo el ridículo desde principios de este siglo, pero parece que siempre encontramos nuevas maneras de seguir haciéndolo. La última es la iniciativa lela y pelmaza de un grupúsculo extraparlamentario al que nadie debería prestar la más mínima atención. Y la penúltima, la lista cívica de la señora Feliu, que no le gusta ni a Lluís Llach. Aunque la (supuesta) guerra se haya perdido, la ANC y Solidaritat Catalana, gracias a su hiperactivo gen de la pesadez, siguen dando la murga con sus cosas mientras los demás nos preparamos para un verano en el que igual no nos dejan ni ducharnos. Pero ya se sabe que el privilegio de los pelmazos es ir a su bola, especialmente si nadie les para los pies y los envía a tomar viento: xaloc o tramuntana, el que quieran, mientras sea catalán.