¡Cuánta razón tiene ese refrán catalán que asegura que quien no tiene nada que hacer se dedica a peinar al gato! Fijémonos en Quim Torra, aquel voluntarioso becario que pusimos a hacer como que presidía la Generalitat en ausencia del fugado Puigdemont, al que respetaba tanto que ni se atrevía a utilizar su despacho.

En una reciente muestra de sumisión, el hombre se ha ido a ver a Cocomocho a Bruselas –con el que se había enfadado un poquito por ayudar a Pedro Sánchez a conservar el sillón presidencial– y lo ha felicitado por oponerse a la ley de amnistía (¡pelillos a la mar!). Ya puestos, ha reconocido que le preocupa la pertinaz sequía que se cierne sobre su adorada Cataluña –y que no hizo nada para combatir ni para prever durante el tiempo que ejerció de presunto mandamás de la región–, pero que aún le preocupa más lo que él llama “emergencia lingüística”, tema que lo tiene sin dormir y que ha motivado un sesudo artículo suyo en el diario digital El Món (cuya lectura recomiendo a todos aquellos que crean que este hombre no rige). Si nos hemos de morir de sed y roña, hagámoslo, por lo menos, en catalán.

Me temo que Torra se aburre como una seta en ese palacete gerundense que le sufragamos todos los catalanes por motivos que no alcanzo a explicarme, pero que forman parte de nuestros míticos chollos para todos aquellos que hayan presidido la Generalitat en algún momento de su vida. Lo del palacete de Torra, evidentemente, es tirar el dinero, pues ya me dirán ustedes en qué puede contribuir al progreso de Cataluña semejante cenutrio desde un despacho en el que (afortunadamente) no ejerce el menor poder sobre nadie.

Pero ya que hemos tenido el detalle de premiar su calamitosa gestión política con una jubilación dorada, lo menos que podría hacer es tocarse las narices a dos manos y, sobre todo, hacer voto de silencio. Por el contrario, nuestro hombre insiste en hacerse notar, ya sea visitando a Puchi en Bruselas para hacer las paces o ejerciendo de profeta salvador de la lengua catalana, que, según él, corre peligro de muerte si no hacemos algo de inmediato.

Adoptando un tono profético, Torra clama en El Món: “Constituid en cada uno de vuestros pueblos una campaña unitaria por el catalán. Sumad complicidades, soñad imposibles y tened toda la ambición del mundo”. Ni Martin Luther King en sus mejores momentos alcanzó esta mezcla ejemplar de esperanza, épica y amor a la patria. Tras citar a Pompeu Fabra para recordarnos que cuando falla la lengua, falla todo, nuestro hombre, cada día más apocalíptico, nos habla de la primera Campaña Unitaria por el Catalán, que tuvo lugar el pasado 31 de enero en Vilassar de Dalt (comarca del Maresme) y cuyo originalísimo eslogan era A Vilassar, en català.

Según Torra, ahí se puso la primera piedra de un monumento a construir entre todos los catalanes de bien para salvar a nuestra pobre lengua amenazada. Ahora se trata, en su opinión, de que todos los pueblos de Cataluña sigan el ejemplo de Vilassar, creen su propia Campaña Unitaria por el Catalán y reviertan la presunta e inminente desaparición del catalán (desaparición que muchos no detectamos por ninguna parte: seguimos cambiando de idioma veinte veces al día y aquí paz y después gloria).

Quim Torra siempre ha sido (además de un político inepto) un fanático obsesivo y monotemático. Durante su breve paso por la Generalitat, no pensó en ningún momento en la posible sequía porque estaba muy ocupado colgando pancartas que luego, a requerimiento de la justicia española, se veía obligado a introducirse por el recto. Él se movía en el mundo de la quimera y la metáfora, afrontar cabalmente la realidad no era lo suyo. Y sigue en las mismas. Sí, la sequía es grave, pero el estado (según él) lamentable de la lengua catalana aún lo es más.

Quim Torra se siente relevante y está harto de vivir archivado en un palacete de Girona, ¡con todo lo que aún puede hacer por Cataluña! Estamos ante un hombre necesitado de reconocimiento, de que la sociedad le haga casito, de que se tomen en serio sus apocalípticas predicciones, de que se le permita seguir contribuyendo al esplendor de Cataluña (o seguir jodiendo la marrana, según el punto de vista).

No es consciente de haber sido el peor presidente de la Generalitat de toda la historia, ¡y mira que ha tenido competencia! Cual zurullo renuente a desaparecer retrete abajo, sigue dejándose ver y haciéndose oír, recurriendo a un alarmismo cada vez más delirante para captar la atención de la audiencia. De verdad que es como para quitarle el palacete y alquilarle un cuartucho en una pensión sin wifi, como aquella en la que los de la CUP intentaron meter al pobre Cotarelo hace unos años…

Por lo que más quieras, Quim, ¿serías tan amable de dedicarte a peinar al gato?