Estoy pasando unos días en el sur de Francia y observo que no para de llover. De hecho, fue cruzar la frontera y empezar a caer agua del cielo, donde parece que también nos tienen manía a los catalanes (puestos a inventar enemigos, actividad para la que nos pintamos solos, ¿qué les costaría a los lazis considerar la posibilidad de que haya una conjura meteorológica en su contra?), ya que aquí no cae ni una gota, se ha declarado una sequía más pertinaz que las del Caudillo y se habla de que habrá que traer agua en barco en primavera si la cosa no ha mejorado para entonces.

Los que entienden de gestión hídrica sostienen que el Gobierno de la Generalitat no se ha matado precisamente a la hora de prevenir la actual sequía, limitándose a una política de parches y ocurrencias para salir del paso porque, ya se sabe, había cosas más urgentes y necesarias en las que pensar. Como, por ejemplo, seguir inaugurando embajadas de pegolete por el mundo, para ver, supongo, si este nos mira de una vez (y ya, de paso, vamos colocando a paniaguados del régimen).

A las 21 ya existentes (y que atienden, es un decir, a 72 países), hay que añadir ahora la primera pica en Asia: Pere Aragonès y su fiel Meritxell Serret se han ido a Corea del Sur a abrir la primera delegación catalana en el Oriente misterioso, que se inaugurará próximamente en Seúl (parece que luego será el turno de Japón). Hay que entenderles: ¿qué catalán de bien va a perder el tiempo pensando en cómo afrontar una sequía cuando se pueden abrir embajadas por doquier, aunque no se sepa muy bien para qué sirven, más allá de aparentar que Cataluña es un país independiente y si cuela, cuela? Yo juraría que con las 59 oficinas para asuntos comerciales, turísticos, culturales y de cooperación que la Generalitat tiene repartidas por el globo ya íbamos que chutábamos, pero no me hagan caso, ya que, dada mi condición de botifler, mis opiniones se basan en el resentimiento y el autoodio.

También juraría que el president y su consejera de (supuestos) asuntos exteriores habrían hecho bien quedándose en Barcelona y acudiendo a las sesiones del VIII Forum Regional de la Unión por el Mediterráneo, que se celebra estos días bajo la presidencia de Josep Borrell y el vice primer ministro de Jordania, Ayman Safadi, y con la colaboración como anfitrión del ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares. En vez de eso, nuestra máxima autoridad local se va a Seúl con una secuaz, como si Cataluña no estuviera en el Mediterráneo (curiosamente, el Ayuntamiento de Barcelona ha seguido su ejemplo y también se ausenta de la reunión, como si la cosa no fuera con nosotros).

La excusa de la Chene es que se trata de un cónclave de Estados (o sea, que no es la mejor ocasión para darse aires de grandeza) y que, además, se celebra en un edificio, el Recinto Modernista de Sant Pau, que no es de su propiedad, no como hasta ahora, que la cosa transcurría en el palacio de Pedralbes, que sí es suyo.

Dejando aparte mi condición de botifler, me parece ligeramente incomprensible que un enclave mediterráneo como Cataluña (y, sobre todo, Barcelona) se ausente de un foro que va sobre el Mediterráneo, pero intuyo que mi idea de la lógica no coincide con la del Petitó de Pineda, quien, si no le dejan largar sin tasa en una reunión de Estados porque solo hace como que preside una región española, se va al quinto pino a abrir una parodia de embajada y a contarles cuentos chinos a los coreanos.

¿Una cita para hablar del Mediterráneo, que es mi hábitat natural? ¡Que me olvides, Benavides, si ni siquiera tiene lugar en un edificio de mi propiedad! ¿Planificar seriamente y con tiempo la reacción a una más que posible sequía? ¡Prefiero partir a la conquista de Asia! Y así sucesivamente, desde hace muchos años, siempre instalados en el quiero y no puedo y el puedo, pero no quiero, perdiendo el tiempo y tirando el dinero.

“¿Quiere usted que llueva?”, podría preguntar el Niño Barbudo. “Pues váyase a Francia, como cuando cruzaba la frontera para ver El último tango en París, y déjeme en paz, que yo, aunque soy bajito, vivo obsesionado por la Grandeur, como De Gaulle, y no estoy para encargarme de las banalidades propias de la vida cotidiana de mis conciudadanos. Eso sí, en cuanto seamos independientes, aquí lloverá a cántaros (y el servicio de Rodalies irá como la seda)”.