Políticamente hablando, hay un concepto que me chirría y me molesta considerablemente, el de los cordones sanitarios que algunos partidos ponen en marcha para aislar a las opciones que no les caen bien. Hay algo de hipócrita en el maldito cordón sanitario, ciertas ganas de subirse encima de un muerto para parecer más alto y, sobre todo, una aspiración bonista a sentirse mejor persona de lo que se es, en comparación con el destinatario de la pretendida exclusión. Evidentemente, uno no siente la menor simpatía por Sílvia Orriols (Vic, 1984), mandamás de Aliança Catalana, partidillo a lo Vox en versión nostrada que ha ganado las últimas elecciones municipales en Ripoll, pero si la señora Orriols ha sido la más votada en su pueblo, antes de optar por el cordón sanitario de marras, ¿no sería mejor preguntarse por las razones de su triunfo? Y si se quiere impedir que gobierne, que se junten los adversarios necesarios para hacerle la puñeta, pero que no nos lo vendan como una defensa de la democracia y el Estado de derecho, sino como lo que es, las inevitables ganas de seguir el consejo de la Fania All Stars y entonar su célebre “Quítate tú pa´ ponerme yo”.
Es decir, que nos ahorren las lecciones morales, que vayan a lo suyo y que no me demonicen a la facha catalana para sentirse mejores personas. Especialmente cuando, como es el caso, entre los partidos que están por el cordón sanitario, los hay que comparten con la triunfadora de las elecciones un cierto racismo y un asco evidente a todo lo que huela a colono español y/o a moro de mierda. ¿O es que no hay racismo en ERC y Junts x Cat? Ambos partidos llevan toda la vida intentando hacer pasar por amor a lo propio lo que en realidad es odio a lo ajeno, y son unos maestros de esa conducta pasivo agresiva consistente en presentarse como víctimas cuando realmente ejercen de verdugos o lo intentan.
No es casualidad que Laura Borràs, la recién desterrada del Parlamento catalán, haya dicho que no hay que excederse con Sílvia Orriols, una actitud muy similar a la que mantuvo durante toda la vida el PNV con ETA y sus brazos políticos. Laura es consciente de que son más las cosas que la unen con Sílvia que las que las separan. También lo es el iluminado Turull, pero se ve obligado a disimular para hacerse el ecuánime, el democrático y el opositor al fascismo venga de donde venga, de ahí que haya desautorizado a la presidenta de su partido aprovechando que la interfecta está de roña hasta el cuello desde el episodio de los trapis con su amigo el narco. En el fondo, Orriols y su Aliança Catalana son más sinceras que Tururull y su club de fans de Puchi. La una dice directamente que no soporta ni a los españoles ni a los árabes, y los otros se ven obligados a hacer todo tipo de piruetas para disimular que son tan fanáticos como ella. Orriols, como fascista declarada, va con su verdad por delante; los otros, que son igual de supremacistas y cargados de odio, optan por hacerse los oprimidos para ocultar su auténtica naturaleza, y Orriols les permite hacerse la ilusión de que no tienen nada que ver con ella cuando, de hecho, son dos versiones de la misma intolerancia y el mismo odio. Que la desalojen, pues, si pueden, pero que no nos salgan con su supuesta superioridad moral y democrática, que algunos no vemos por ninguna parte.
Hasta ahora, los lazis solo aplicaban cordones sanitarios a lo que ellos llamaban partidos del 155 (es decir, a los que no tenían nada en contra de España). La epidemia de partidos de extrema derecha se ha extendido por toda Europa y, tras hacer un alto en Madrid con Vox, ha llegado, convenientemente tuneada, a Cataluña. Pero si Vox es una excrecencia del PP, Aliança Catalana lo es de Junts, ERC y la CUP, donde ya estaba el caldo de cultivo necesario para producir fachas realmente sinceros, de los que no disimulan, de los que se atreven a decir en voz alta lo que los supuestos indepes democráticos farfullan por lo bajinis, cuando creen que nadie los escucha (o lo canalizan a través de sus humoristas siniestros de TV3 y Catalunya Ràdio).
Junts, ERC y la CUP parten del mismo odio que Aliança Catalana. Lo único en lo que difieren es en la forma de verbalizar ese odio. Estando, como están, a la greña por el voto independentista, los partidos supuestamente democráticos se encuentran ahora con nuevos comensales a la mesa que amenazan con robarles parte de la comida. Y es eso lo que no se puede tolerar, que aparezca alguien más facha que ellos y se les coma la merienda, aunque solo sea en algún pueblo dejado de la mano de Dios. ¿Hay alguien en los partidos hegemónicos del lazismo que se haya parado a pensar en el porqué del éxito de Orriols en Ripoll, en lo que ha podido pasar para que el populacho nacionalista que los votaba haya optado por una versión hardcore de sí mismos? Yo diría que sí, pero es más fácil ejercer de demócrata bondadoso, aunque no se sea ni una cosa ni la otra.
Que hagan, pues, lo que puedan para librarse de la competencia radical que les ha salido, pero la moralina, la santa indignación y la divina impaciencia, por favor, que se las metan por donde les quepa.