La actriz y poeta Juana Dolores Romero Casanova (El Prat de Llobregat, 1992) no engaña a nadie. Se presentó en el programa de Xavier Graset, Més 3/24 (¡periodismo veraz y objetivo donde los haya!), y dijo que había venido, literalmente, “a cagarse en todo”. Eso es exactamente lo que hizo, centrando el grueso de sus denuestos en la televisión (supuestamente) pública catalana, en que a quién se le ocurre votar a un carcamal como Xavier Trias y en que hacen falta muchas bombas y muchos meteoritos para arreglar las cosas en Cataluña. Graset encajó el chorreo con esa entereza que te da saber que te embolsas más de 100.000 pepinos al año, la dejó largar sin tasa y fue acogiendo con sonrisitas de conejo todos y cada uno de los exabruptos antisistema de su invitada, cuyo fuerte no es precisamente la sutileza (por no decir que es más bruta que un arao), aunque reconozco que me hizo reír cuando describió a los de la CUP como una pandilla de hippies que imparte cursillos sobre la Gestalt.
El espectáculo valió la pena por insólito. Como todo el mundo sabe, Graset solo invita a independentistas o, en el mejor de los casos, a gente que no se ha distinguido precisamente por su desafección al régimen. En ese sentido, elegir para una de sus entrevistas a Juana Dolores –con la excusa de que acaba de publicar un libro titulado Rèquiem català—, fue lo más parecido a una (grata) sorpresa que puede ofrecer el Més 3/24 a los cenizos que no estamos por la independencia de la patria (chica). Muchos se han tomado la performance de la actriz-poetisa como un triunfo inesperado de la libertad de expresión, pero yo, que soy muy retorcido, me veo obligado a dar otra versión del asunto en la que los que han salido ganando son Xavier Graset y el aparato de agitación y propaganda del régimen lazi. Me explicaré.
El principal problema de Juana Dolores es su vehemencia petardista, que la lleva a soltar burradas con fundamento, pero burradas a la postre, que no trascienden más allá del inmediato escándalo. Con sus sonrisas y su actitud tolerante (y esa cara de “¡Lo que hay que oír, Dios mío!”), yo diría que Graset se acabó llevando el gato al agua. Por mucho que se indignasen los patrióticos espectadores del programa, lo que su director les estaba diciendo era algo parecido a esto: “Dicen que solo invitamos a los nuestros, pero aquí tenemos a la energúmena ésta para que veáis que no es cierto. De todos modos, ya veis cómo se las gasta. Y todos los desafectos al régimen son de su misma cuerda: unos botarates anticatalanes que hablan más rápido de lo que piensan y que carecen de la más mínima educación. O sea, que hacemos estupendamente en invitar tan solo a lazis y procesistas, que son los únicos catalanes con un nivel intelectual respetable. Dejadla que rebuzne, que se está cavando su propia tumba”.
Juana Dolores es, de hecho, la invitada ideal para el amigo Graset, quien queda como un adalid de la libertad de expresión y de la ecuanimidad (cuando todos sabemos que solo es otro esbirro bien pagado del régimen), mientras que la presunta libertaria antisistema, por usar una expresión que hasta ella puede entender, queda como el culo. “¡A mí todas las Juanas Dolores de Cataluña!”, podría clamar el ínclito Graset. Lo que nunca se le ocurrirá a nuestro hombre es invitar a su panfleto audiovisual a nadie que pueda ponerle realmente en un brete. Nunca veremos en el Més 3/24 a un disidente del régimen con un discurso razonable, cabal y bien estructurado, pues sería capaz de introducir la duda en el caletre intoxicado del espectador y llevarle, tal vez, a replantearse esas cosas en las que cree por una mera cuestión de fe. De esa clase de personas, tenemos bastantes en Cataluña, pero absolutamente todas figuran en la lista negra de los medios del régimen y nunca serán vistas en TV3 ni oídas en Catalunya Radio. ¿Por qué? Porque son realmente peligrosos, no como la inofensiva Juana Dolores, que ya puede desgañitarse con sus proclamas justicieras, ciscarse en el doctor Trias y desear la caída masiva de meteoritos que solo conseguirá que el espectador medio del programa de Graset la considere una charnega primaria y tirando a zoqueta que ha intentado emponzoñar el universo procesista con sus groseros desvaríos.
Espero que, por lo menos, su aparición en Can Graset le haya servido a Juana Dolores para vender algunos ejemplares más de su nuevo libro y para disfrutar de esos 15 minutos de fama que, según Andy Warhol (otro viejo y, además, muerto) le corresponden a todo el mundo en esta vida. Lo suyo fue una bienintencionada pica en Flandes, pero, a efectos prácticos, absolutamente inútil y hasta contraproducente: la pobre no da más de sí. Y Graset es más astuto y maquiavélico de lo que aparenta.