Refiriéndose a España, el papa Francisco ha dicho que los curas no deben meterse en política. Hasta ahí, nada que objetar. Pero luego ha abordado el espinoso (y ya cansino) asunto del prusés, urgiéndonos a resolverlo, aunque la cosa nos cueste meses, años o siglos. Se ha olvidado de facilitarnos la fórmula mágica para conseguirlo, limitándose a tratarnos a todos como niños que se pegan por tonterías y que deberían hacer las paces cuanto antes, a ser posible, dándose la mano o un besito. Muchas gracias, Santidad, eso sí que es contribuir a la concordia en el mundo. Nosotros, a hacer las paces, aunque nos tiremos 20 años para conseguirlo. Y él, a lavarse las manos y a aconsejar a sus secuaces en Cataluña y España que se abstengan de opinar, ya que la Iglesia no está para tomar partido por nadie, sino para ayudar a todo el mundo y acompañar, a distancia, a los discordantes. Pretendiendo quedar bien con todos, el Sumo Pontífice no ha quedado bien con nadie.

Dejando aparte a Yolanda Díaz, que últimamente está inesperadamente papista, los políticos españoles (e incluyo a los catalanes) no parecen estar muy pendientes de las sugerencias del Vaticano. Y entre los procesistas impera últimamente el bocachanclismo. Nos estábamos recuperando de los consejos de Clara Ponsatí a la juventud lazi, a la que animaba a hacer lo necesario para acabar en el talego desde la tranquilidad de su guarida en Flandes, cuando tomó la palabra otro notorio bocazas del inframundo indepe, Héctor López Bofill, profesor universitario y concejal por Altafulla, quien, cada equis tiempo, perpetra un tuit en el que reivindica la necesidad de liarse a tiros para conseguir la anhelada independencia. La verdad es que, como líderes de opinión, Ponsatí y López dejan bastante que desear, pues representan a la perfección eso de haz lo que digo, no lo que hago. Ponsatí se dio el piro de España para esquivar el trullo, pero tiene el cuajo de recomendar esa terapia para los jóvenes aspirantes a héroe de la república que no existe. López, que se pasa la vida llamando a la insurrección armada, es un funcionario por partida doble cuya máxima heroicidad debe consistir en tirar algún que otro petardo durante la noche de Sant Joan. Puestos a exhibir cierta coherencia, ninguno de los dos le llega a la suela de la alpargata al descerebrado que disparó contra un helicóptero de la policía improvisando un lanzamisiles con un tubo de cartón y un elemento pirotécnico talla XXXXXL.

Hasta Carles Riera, ese señor con pinta de monje de Montserrat que está al frente de la CUP, se mueve un poco más que Ponsatí y López. Daba gusto verle el otro día, en el barrio de Les Corts, tratando de impedir un desahucio con las manos en alto en plan Gandhi mientras esperaba un porrazo que nunca llegaba, ya que la Guardia Urbana se limitó a darle unos cuantos empujones para que dejara de molestar (la CUP, claro está, asegura que fue agredido con saña). A diferencia de la de Waterloo y el de Altafulla, el señor Riera es consciente de que, de vez en cuando, hay que hacer algo para justificar el sueldo: el payaso Pesarrodona no hubiera llegado jamás a mandamás de la ANC si no llega a arrojarse al suelo cuando lo del referéndum de Puchi y lanzarse a gimotear como si la policía, que se mantenía a cierta distancia de él, le hubiese zurrado la badana a conciencia. Lo de Riera es parecido, pero sin necesidad de tirarse al suelo: basta con levantar los brazos y dejarse zarandear un poco, que luego ya se encargan en el partido de convertir el asunto en una agresión represiva de muchos bemoles. Huelga decir que el desahucio se llevó a cabo según lo previsto, pues para algo el edificio era propiedad del ayuntamiento y los comunes prefieren defender a las víctimas de los grandes tenedores y de los fondos buitre.

Una de las principales consecuencias del prusés ha sido la pérdida total y absoluta de la vergüenza. Una fugitiva de la justicia recomienda a los demás lo que ella esquiva por todos los medios. Un profesor universitario que no tiene ni media bofetada sueña con metralletas liberadoras como las de Kosovo. Un señor mayor que dirige un partido de gente menuda se da aires de grandeza haciendo como que impide un desahucio. Aquí hay overbooking de bocazas y solo faltaba el papa Francisco diciendo que a ver si hacemos las paces, pero sin ayuda de los curas, que no están para meterse en política. ¿Serían todos tan amables de callarse?