No puede ser, te dices al enterarte de que el beato Junqueras vuelve a dar la chapa con el referéndum de autodeterminación. Lleva meses chantajeando al presidente del Gobierno para que elimine la sedición y la malversación si quiere seguir contando con el apoyo de ERC en el Parlamento de Madrid (y con bastante éxito, hasta el momento), pero no tiene bastante y ahora le toca pedir un nuevo referéndum acordado con el Gobierno central, aunque solo sea para defenderse de las acusaciones de traidor, vendido y botifler que le caen desde los sectores más radicales del procesismo, que lo ponen de vuelta y media, entre columnistas y lectores, en ciertos digitales del régimen. En Madrid ya le han dicho que se olvide del asunto, pero, teniendo en cuenta que Pedro Sánchez no es alguien que se distinga precisamente por mantener sus puntos de vista (donde dijo digo, dice Diego, como hemos podido comprobar con sus relaciones con Podemos o Bildu), no es del todo descartable que el beato Junqueras aspire a un referéndum de pegolete, no vinculante y, por consiguiente, inútil que le permita marcar paquete independentista ante los que lo acusan de haber desobedecido la voluntad popular que se supone que condujo al cirio de octubre de 2017. Caso de celebrarse ese simulacro, el beato, según como le vayan las cosas, puede reaccionar siempre de una manera que le convenga: si lo pierde, tocaría quejarse de que nadie se apunta a consultas no vinculantes e insistir en que quiere una de verdad; si lo gana, razón de más a la hora de exigir un referéndum fetén, de esos cuyos resultados se aplican. Todo un win win, que diría el Astut Mas.

Pero tengo mis dudas de que Sánchez pueda permitirse alguna jugada para salir del paso porque ya acarrea suficiente fama de calzonazos con lo de la sedición y la malversación, y ese hombre solo dejará de hacer lo que sea por mantenerse en el poder cuando ese lo que sea pueda contribuir a derrocarlo en las urnas. De hecho, no sería de extrañar que el beato y el presidente hayan llegado a algún tipo de acuerdo que resulte conveniente para ambos y que Sánchez podría plantear así: “Tú vuelves a dar la matraca con lo del referéndum, yo te digo que no y los dos quedamos bien: tú como un indepe de los buenos y yo como un fiel servidor de la Constitución que sabe cuándo ha llegado el momento de plantarse ante las exigencias de los enemigos del Estado. Y, mientras tanto, me ayudas a aprobar los presupuestos, ¿eh, majete?”.

Aquí cada uno se debe a su público. Sánchez ha convertido un partido histórico de la izquierda española en su club de fans, del que puedes ser expulsado, aunque parezcas la presidenta de dicho club, como le pasó a Adriana Lastra. A Junqueras, con su nueva versión del célebre peix al cove de Pujol, le ha ido bien trabajándose lo de la sedición y la malversación. Pero yo diría que ambos saben hasta dónde pueden llegar para conservar sus respectivos sillones. Lo de pactar con los delincuentes su propio destino penal es discutible, pero siempre se puede intentar hacerlo pasar como una manera de contribuir a la concordia entre españoles y la paz social en Cataluña (sobre todo, si tu situación depende de los apoyos parlamentarios de los sediciosos y malversadores con los que has tenido la brillante idea de liarte). El referéndum, por el contrario, es eso que se conoce como una línea roja, y Sánchez ya tiene rebotada a mucha gente de su propio partido (por no hablar de lo que piensa de él la oposición) como para permitir una consulta acordada con los separatistas. El beato, por su parte, tiene que ser consciente de que lo del referéndum es inviable, por lo que su propuesta no creo que merezca ser tomada en serio, aparte de que lo presenta como un lazi insaciable que no tiene bastante con salirse de rositas gracias a ciertas modificaciones del Código Penal y aparenta jugar a la carta más alta: “Gracias por lo de la sedición y la malversación, pero ahora también quiero un referéndum”.

Puede que el beato Junqueras no sea la buena persona que tanto se empeña en parecer, pero tampoco es tonto del todo y se había labrado hasta ahora una contradictoria personalidad de fanático razonable. Quiero creer que, consciente del tono cansino que impera en el inframundo lazi, donde están a matar todos contra todos, y de la sensación de derrota que impera a su alrededor, se ha sacado de la manga el referéndum de marras para dar un poco de vidilla a la situación, que cada día resulta más aburrida. La respuesta de Sánchez será la de prever: valorar qué es lo más conveniente para sus intereses y obrar en consecuencia (a falta de referéndum, siempre se puede optar por el soborno a las autoridades catalanas en forma de inversiones o traspasos).

Durante los próximos días veremos hasta qué punto va en serio el beato con su referéndum. Y qué se le ocurre a Sánchez para esquivar el marrón. A ver si así nos entretenemos un poco a costa del lazismo, porque los niveles de aburrimiento a los que ha llegado son soporíferos y dificultan la labor de este humilde columnista, que está experimentando por primera vez en su vida el célebre terror a la página en blanco.