Poco a poco, de uno en uno, los principales protagonistas de la performance independentista de octubre del 17 van cayendo en el olvido y la irrelevancia, como si hubiese una maldición que pende sobre todos ellos y los acaba obligando a desaparecer de la escena pública. Así nos libramos del iluminado Jordi Cuixart, sustituido al frente de Òmnium por el conspicuo arribista Xavier Antich. En breve, Jordi Sànchez dejará de ser el segundo de a bordo de los de Puigdemont (y habrá que ver si lo reemplaza Jordi Turull, a quien también afecta la maldición citada).
Hasta Elisenda Paluzie abandona la presidencia de la ANC por la vicepresidencia de la UNPO (siglas en inglés de la Organización de Naciones y Pueblos No representados), desde donde aspira a seguir dando la chapa, pero esta vez en un ámbito internacional, la ONU (no se entiende muy bien cómo la han aceptado en una organización en la que hay gente realmente machacada por algún Estado, como los habitantes del Tíbet y Kurdistán o los tártaros de Crimea, pero no es descartable que nuestra Elisenda se haya hecho con el cargo recurriendo a su táctica habitual: gimotear, escenificar una de sus célebres rabietas y ponerse muy, pero que muy pesada).
De la ANC a la UNPO, el caso es seguir viviendo del dinero público y figurar, dos de las prioridades más claras de la señora Paluzie. El cambio de destino se podría haber llevado a cabo sin alharacas, pero entonces no estaríamos hablando de nuestra Elisenda. Ella tuvo que despedirse a lo grande hace unos días, durante una manifestación no muy nutrida para protestar sobre los últimos acuerdos entre partidos sobre la presencia del castellano en las aulas, en la que pudo protagonizar una de sus rabietas habituales y comportarse como suele; es decir, como una niña de escasas luces, permanentemente contrariada por la actitud de sus mayores, que se resisten a meter los dedos en los enchufes, pese a lo necesaria y divertida que resulta dicha actividad. Solo le faltó tirarse por el suelo, aporrearlo con los puñitos, lanzar unas zapatetas, llorar desconsolada y berrear sin tasa.
Ya puestos, se ciscó en todos los partidos independentistas por no dar ni golpe por la independencia del terruño, no como ella, que… ¿Qué? ¿Qué ha hecho Elisenda por la independencia de Cataluña, aparte de insultar, quejarse, gimotear y predicar para los conversos? Yo diría que lo mismo que Quim Torra: nada. Prueba de ello es que la justicia española ni se interesa por ella, básicamente porque la pesadez puede ser un incordio, pero difícilmente puede considerarse un delito.
Elisenda Paluzie es la versión light de Clara Ponsatí. No exige muertos por la patria, pero les pide a los partidos independentistas que hagan cosas que no pueden hacer sin acabar en los juzgados. Y lo hace desde una posición en la que no se juega nada, mordiendo de paso las manos que la alimentan a ella y a la ANC, que son las de esos partidos a los que tanto desprecia y que constituyen, a su discutible entender, el principal obstáculo hacia la libertad nacional. Lo suyo es mantener una relación lo más oblicua posible con la realidad y cobrar por ello, algo que solo permite la política catalana, ya que en el resto del mundo la realidad rige para todos los que ostentan algún tipo de cargo público.
Ahora Elisenda se va a dar la tabarra a la ONU, donde hasta ella debe ser consciente de que le van a hacer aún menos caso que en su querida Cataluña. Pero lo principal es seguir largando y mostrando su indignación en público, si es que no se vacía su nuevo hábitat en cuanto abra la boca, como le pasa a Puchi en el Parlamento Europeo. Espero que se lleve bien con la presidenta de la UNPO, que es de Somalilandia, ese país hermano que tanto se parece a Cataluña, si es que no le da, claro está, por intentar soplarle el cargo, lo que también podría ser, ya que la señora Ismail será todo lo negra que quiera, pero Elisenda es la mujer más oprimida del mundo.
No la echaré de menos, y lo siento por la ONU y hasta por la UNPO, pero los seres humanos debemos ser solidarios y repartirnos a los pelmazos, ¿no creen?