Aunque nunca haya servido a un buen señor, Rafael Ribó es un vasallo ejemplar. Su agonía como (supuesto) defensor del pueblo catalán está durando más de la cuenta, y ahí es donde este sicofante del nacionalismo está aprovechando para lucirse ante sus mandos. Hace ya un tiempo que anunció que se jubilaba, pero su desaparición de la escena política se está haciendo esperar y, mientras tanto, él, a lo suyo, no quitando ni poniendo rey, pero ayudando a sus señoritos.
Lo acabamos de comprobar con ese informe que se ha sacado de la manga y que, según él, hace imposible la aplicación del 25% de castellano en las aulas que ha impuesto la justicia (sí, don Rafael, la justicia española, no hay otra ni la va a haber próximamente). De aplicarse, el catalán estaría condenado a la desaparición entre los jóvenes porque reforzaría la mala costumbre que estos, al parecer, han adquirido de hablar castellano fuera del aula (todo lo contrario que en mi época y en la del señor Ribó, cuando se hablaba castellano en el aula y catalán en el recreo: ¿se preguntará alguna vez en serio esta lumbrera de la gauche caviar por las causas reales de ese fenómeno que tanto le molesta?).
Según Ribó, como la muchachada habla castellano sin medida, no hay que animarles a perseverar en su insania ofreciéndoles la cuarta parte de sus materias de estudio en esa lengua. Como a todo nacionalista, a Ribó le tira lo apocalíptico y se empeña en ver en el 25% de castellano el arma empleada por el Estado opresor para eliminar el catalán, idioma minoritario, pero fuerte y querido y defendido por sus hablantes, con el que no pudo ni el Caudillo (quien, por otra parte, no tardó mucho en dejar correr el asunto, probablemente por imposible). Esta actitud la adopta Ribó cuando ya está con un pie fuera de la cosa pública. En su situación y a su edad, aún se ve obligado a mostrarse servil, no vaya a perderse algún chollo cuando haga como que se jubila.
Casualmente (o no), la insumisión del señor Ribó se produce escasos días después de que una encuesta del CEO (el CIS catalán) haya revelado que el número de independentistas se ha reducido al 38% de la población y que los partidarios de seguir en España han subido hasta el 52%, esa cifra mágica a la que se han agarrado últimamente los indepes para seguir con sus cosas (luego el CEO se corrigió a sí mismo y subió el independentismo hasta el 40%). Es como si Ribó hubiera visto que tocaba marcar paquete, aunque tuviera ya un pie en la tumba (política). Y es que la vida del indepe se está poniendo francamente chunga: más de la mitad de la población en su contra, los jóvenes empeñados en hablar castellano en vez de despreciarlo (como se les ha intentado enseñar a hacerlo), las gamberradas de los burgueses malcriados del prusés convertidas en irrelevantes ante problemas reales como la invasión de Ucrania y el posible desabastecimiento de gas en Europa...
Las exigencias, desobediencias y chulerías de los indepes empiezan a dar risa hasta en sus propias filas. Y veo muy callada a Elisenda Paluzie, a la que le encantaba recordar que los suyos eran el 52% de la población y tenían derecho a imponer su visión de Cataluña a los descreídos, traidores y botiflers que tenían delante. Puede que se deba a que ahora el 52% somos nosotros y a que la caída de los procesistas no ha hecho más que empezar. Entre lo quimérico de la causa y la incompetencia de sus líderes, lo raro es que aún haya un 38% (o un 40%) de catalanes dispuestos a seguir dando la chapa con el temita.
¡Ánimo, Elisenda, mientras hay vida hay esperanza! Y usted, señor Ribó, ¿por qué no se va a alguna de sus casas de una vez? Ha sido un lacayo excelso, un lamebotas sublime, pero debe de tener la lengua como papel de lija y eso no puede ser bueno ni para alguien de su edad ni para nadie.