Consciente (o no) de que su futuro político se le puede complicar un poco cuando la inhabiliten por las (presuntas) trapisondas de su época al frente del ILC, cuando regaba de dinero público a un amigote (presuntamente) relacionado con el narcotráfico, Laura Borràs ha decidido vivir el presente al límite, alumbrando ideas de bombero a cascoporro (como la de que el consejero de Educación, González Cambray, el hombre del lacito perenne, tome el mando en la escuela de Canet donde unos padres se han sublevado contra la inmersión, ¡ese modelo de éxito y de cohesión social!) y poniendo la directa en su férreo control de las actividades del Parlamento regional, como pudimos comprobar el otro día cuando echó a Nacho Martín Blanco por decir cosas que no tenía ganas de escuchar.
Dado su carácter colérico e intolerante –estamos ante una mujer tan voluminosa como mandona-, no parece que Borràs sea la persona más adecuada para presidir un parlamento, aunque este no sea más que una gestoría con pretensiones. De hecho, dudo que pudiera presidir ni una comunidad de vecinos, pues se dedicaría a hacerle la vida imposible a todo aquel que osara llevarle la contraria. Y en su propio partido, como nos informaba María Jesús Cañizares, abundan los compañeros que no la soportan a causa de su peculiar carácter, empezando por Jordi Sànchez, quien, al igual que ella, se considera la voz de Puigdemont en la Cataluña ocupada por los perversos españoles. Pugnar por ser el favorito de alguien que no tiene ningún futuro es del género tonto, pero allá cada uno con sus quimeras. En cualquier caso, detestada por propios y extraños, la señora Borràs puede generar una euforia transversal el día que la inhabiliten. Mientras tanto, mano dura, mal rollo y palo a quien más nos joda.
La expulsión de Martín Blanco se produjo en un pleno dedicado, en teoría, a la salud mental (tema al que TV3 dedica La Marató de este año) que nuestra Laura convirtió, primero, en un mitin en defensa del recién inhabilitado Pau Juvillà por un quítame ya esos lazos amarillos del despacho, al que le quiere guardar el escaño hasta que la sentencia sea firme (no sé si lo logrará, pero si se trata de acumular motivos para su propia inhabilitación, va por muy buen camino), y, después, en una demostración de fuerza y poderío institucional que desembocó en la expulsión del diputado de Ciudadanos, quien no tardó mucho en tildarla acertadamente de despótica. Es como si Borràs no tuviese mucha prisa en llegar al tema del día, la salud mental de los catalanes, cuando es evidente, por lo menos desde 2012, que tenemos un problema muy gordo con ese tema y que la propia Laura constituye un ejemplo excelente del desequilibrio mental que aqueja al sector lazi de la población. Mucho mejor que el de esa actriz contratada por TV3 para los truculentos anuncios que están precediendo a La Marató de este domingo y a la que se ha bautizado como Marta. Cada vez que veo a Marta en la pantalla, sumida en un torbellino mental de mucho cuidado, pienso que si había alguien ideal para interpretar ese papel era Laura Borràs, envuelta en voces que le dicen cosas como “Laura, tú no estás bien”, “Laura, tómate la pastilla” o “Laura, la realidad no es como tú la ves”.
Me temo que en Cataluña no nos tomamos en serio el tema de la salud mental. TV3 toma ahora cartas en el asunto, pero llega tarde, pues el prusés se puso en marcha hace un montón de años y la empresa se ha dedicado a fomentarlo en vez de intentar desactivarlo, y se dirige a los pacientes equivocados. Me huelo que en el bienintencionado show del domingo veremos, descolgando los teléfonos para atender a la generosidad de los ciudadanos, a un montón de figurones lazis necesitados urgentemente de ayuda psiquiátrica (políticos, periodistas, sociólogos, arribistas y carne de sanatorio en general), que será como si los locos se hubieran hecho con las riendas del manicomio. Y cuando el asunto llega al parlamentillo, su presidenta, convencida erróneamente de que la cosa no va con ella, lo demora a base de chorradas y broncas que se podría ahorrar perfectamente y estar a lo que tenía que estar.
Cuando los primeros afectados por problemas mentales proponen tratamientos para los demás que ellos no creen necesitar, yo diría que tenemos un problema. Hace años que la política y la comunicación catalanas están, mayoritariamente, en manos de dementes o de personas que no acaban de estar del todo en sus cabales. Se agradecería, pues, un poco de autocrítica, y dejar de tomarla con gente como la pobre Marta, quien, en comparación con muchos de nuestros gobernantes, exhibe una mente despejada como pocas.