Según la última encuesta del CIS, las tres cosas que más preocupan a los españoles son el paro, la crisis económica y la sanidad. La posible independencia de Cataluña ha bajado hasta el número 33 de la lista, lo que quiere decir que la mayoría de nuestros compatriotas ya no la consideran factible (bueno, nunca lo fue, pero parece que hubo quien se asustó ante la perspectiva y que ahora ya está mucho más tranquilo). Que un asunto ocupe el número 33 en la lista de principales preocupaciones de un colectivo significa que ese asunto ha dejado de tener importancia para dicho colectivo, y eso es algo que debería hacer pensar un poco a nuestros políticos soberanistas, a los que más les valdría derrotarse de una vez, dejar de dar la tabarra y ponerse a trabajar por el bien de su comunidad. En vez de eso, optan por gesticular. Y gesticulan porque no pueden hacer otra cosa si no quieren acabar mal: la charlotada de octubre de 2017 resultó, en ese sentido, tremendamente didáctica, pues demostró cómo acaban los desafíos al estado cuando no hay ni el poderío ni el quorum necesarios para ganarlos. Gesticulan ERC y JxCat y gesticula hasta la CUP, pero es como si se hubieran puesto todos de acuerdo para hacer como que el prusés sigue vivo y que la independencia, aunque no lo parezca, cada día está más cerca. El frente exterior completa la farsa inventándose el Consejo por la República y un parlamento de chichinabo que no sirven absolutamente para nada. Aparte de enviar a los colegios a los activistas de la Plataforma per la Llengua para que vigilen en qué idioma hablan los críos en el patio, poco más pueden hacer nuestros gobernantes indepes para hacerse la ilusión de que van a alguna parte.
En semejante tesitura, Aragonès tiene el cuajo de rechazar el apoyo del PSC para la aprobación de los presupuestos, aduciendo que republicanos y socialistas no comparten el mismo modelo de país. Como si en el mundo real hubiese más de uno. Por eso el gobiernillo sigue humillándose ante la CUP para que le apruebe unos presupuestos que Illa le aprobaría en diez minutos. ¿De verdad no son conscientes nuestros gobernantes de que están viviendo en una burbuja de irrealidad? Yo diría que, por lo menos, el conseller Giró sí. Ahora sobreactúa de lazi, se considera un hombre de izquierdas y se muestra servil con las chicas de la CUP, pero --según ha descubierto el líder local del PP, Alejandro Fernández--, cuando trabajaba para la Caixa le faltó tiempo para solicitar que se agilizara el proceso de fuga de sedes ante el sindiós independentista: parece que el corazón y la cartera no los tiene en el mismo sitio (como tantos otros patriotas de boquilla que por aquí abundan).
Lo de que ho tornarem a fer ya no se lo cree ni Jordi Cuixart. Tiene razón Clara Ponsatí cuando dice que no se exilió para que Netflix doblara algunas de sus series al catalán, pero debería entender que lo suyo ya no tiene remedio. Nuestros actuales gobernantes regionales no quieren ni partir al extranjero escondidos en el maletero de un coche ni acabar en el trullo. Para optar a la independencia, la celda y el maletero son, como se ha demostrado, el precio a pagar. Por consiguiente, lo único que se puede hacer sin correr peligro es quejarse mucho, pillar unos subtítulos en Netflix aunque sea pagando (¡Será por dinero! ¡Para eso está el contribuyente!), intentar amargarles la vida a los castellanohablantes (sin mucho éxito hasta el momento), abrir nuevas “embajadas” y, básicamente, hacerse la víctima, algo que dominan nuestros indepes, que dominan la conducta pasivo-agresiva.
Reconocer que la independencia no va a llegar en breve (ni, probablemente, jamás) sería una notable muestra de madurez por parte de nuestros gobernantes, pero, de momento, prefieren seguir engañando a sus votantes, quienes, a su vez, prefieren que se les mienta a que se les diga la verdad. Unos y otros recuerdan aquel viejo chiste de Woody Allen sobre el tipo cuyo hermano se creía una gallina. Alguien le aconsejaba: “¿Y por qué no lo lleváis al psiquiatra para que le quite esa chaladura de la cabeza?”. Y él respondía: “Nos encantaría, pero es que necesitamos los huevos que pone”.