Si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores, y si sales de Barcelona, haz el favor de visitar a Carles Puigdemont en su residencia de Waterloo. Ese fue, aproximadamente (me he tomado algunas licencias), el mensaje que le transmitió hace unos días Elsa Artadi a Ada Colau, cuya insistencia en no rendir pleitesía al presidente legítimo (e imaginario) de la Generalitat sienta muy mal entre los mandamases de JxCat. Antes, si volvías de Bélgica sin haber visto el Manneken Pis, te caía una bronca, y ahora, por lo menos en ciertos ambientes, te cae por no acercarte a la Casa de la República.
Fuera del club de fans de Puigdemont, la pregunta que nos hacemos casi todos es: ¿para qué debería visitar la alcaldesa de Barcelona al Hombre del Maletero? Ada Colau vive, más o menos, en el mundo real, mientras que Puchi habita en una fantasía según la cual él es el genuino presidente de Cataluña y merece un respeto. Como toda política en activo, Ada se mueve para medrar, para llegar a alguna parte, para establecer alianzas que la beneficien, así que una visita a Puigdemont le debe parecer una pérdida de tiempo. Ada sabe, como todo el mundo, que Puchi se aburre como una seta en Waterloo y que, por consiguiente, agradece las visitas. De hecho, si te acercas por la Casa de la República, aunque solo sea para hacerte unas fotos en la entrada y echarte unas risas al respecto, es muy probable que salga un propio, te invite a entrar y te ofrezca la posibilidad de hacerte unos selfis con el Hombre del Maletero (les pasó a unos conocidos de una amiga mía). Pero Ada no está para perder miserablemente el tiempo con alguien que no es nadie y no pinta nada en el mundo real: mucho mejor reunirse con Yolanda Díaz y Mónica Oltra para aparentar empoderamiento femenino y, de paso, ver qué cae. La política real, por lamentable que sea, no tiene nada que ver con la política imaginaria.
Como el personaje del cuento, el pobre Puchi va desnudo y los suyos, por la cuenta que les trae, no se atreven a decírselo. Por el contrario, respaldan todas y cada una de sus ideas de bombero. ¿La más reciente? La asamblea de representantes del Consejo para la República, que es una entelequia dentro de otra y que no sirve absolutamente para nada. No es que el Parlamento catalán sea de una importancia capital, pero sus actividades se desarrollan, aproximadamente, en un entorno socio-político real. Montar un parlamentillo alternativo en Bélgica solo contribuye a ampliar la farsa que se representa en la Casa de la República a mayor gloria de un señor al que se le ha ido la olla y cree ser algo que no es. Si ese parlamentillo sirviera para algo, no lo presidiría una concejala de la CUP en Arenys de Mar ni contaría entre sus efectivos con el payaso Pesarrodona o el periodista Joan Puig (cuyo momento de mayor esplendor lo vivió hace unos años, cuando se coló en la piscina mallorquina de Pedro J. Ramírez). Así pues, ¿qué podría sacar la ambiciosa Ada Colau de su posible visita a esa corte de los milagros? Nada. Cero patatero.
Cada nivel de la estructura independentista en el extranjero es más ridículo que el anterior. Por consiguiente, si los que cortan el bacalao (Puchi, Comín, Ponsatí) ya dan penica, no es de extrañar que los líderes de su parlamentillo aún den más (no entiendo cómo han dejado fuera de ese pedazo de cúpula al mosso Donaire y a aquel simpático excursionista que se fue andando a Waterloo con una urna a la espalda). Los ves posando orgullosos tras hacerse con su carguito y te dan risa y pena. Pero ni la mitad de la risa y de la pena que le deben dar a Ada Colau, que ya se ve de vicepresidenta del Gobierno español o interpretando algún papel aún más rutilante en el mundo real. Que visiten, pues, a Puchi, los que participan de su ficción y se lucran con ella. Los demás, mucho mejor que nos acerquemos a saludar al Manneken Pis.