Dice Puchi que hay que rehacer las relaciones con ERC y seguir gobernando juntos para poner en práctica ese mandato popular del que siempre hablan los lazis y que es tan inexistente como la república catalana. Va pasando el tiempo y el orate de Waterloo sigue a su bola, rememorando los días gloriosos de la independencia de los ocho segundos y la fuga en el maletero de un coche, como si esas dos maneras de hacer el ridículo fuesen lo más digno a lo que puede aspirar un buen catalán.

Insiste el hombre en lo del 50% de votos soberanistas, que, según él, le darían derecho a volver a liarla, Nada dice de que la segunda intentona acabaría igual (o peor) que la primera. Su relación con la realidad es cada día más oblicua y no hay forma humana de hacerle entender que Cataluña es como es, no como a él le gustaría que fuera. Y sus compinches en territorio nacional, mientras tanto, exigiendo amnistías mientras claman que lo volverán a hacer porque ellos no tienen nada de qué arrepentirse: se nos pasaron por el forro a más de la mitad de los catalanes, pero fue por nuestro bien, como el urbanismo táctico de Ada Colau, pero a lo bestia, en plan Yellowstone Wolf.

No dudo del (peculiar) patriotismo de Puchi ni de su contumacia en el error: es como un cantante semi olvidado que anhela revivir sus años (o segundos, en este caso) de gloria y promete una gira mundial para la que nadie en su sano juicio piensa comprar entradas. Pero hay un claro elemento de supervivencia (política y literal) en su llamada al entendimiento con ERC. Puchi sabe que, si ERC gana las elecciones con suficiente holgura, puede tener la tentación de olvidarse de él, por muy legítimo presidente que sea (que no lo es). Las buenas perspectivas que las encuestas otorgan al PSC tampoco deben hacerle ninguna gracia, pues los del beato Junqueras, aunque ahora juren que nunca pactarán con los del 155 y el niño barbudo ofrezca un gobiernillo compuesto por lo mejor de cada casa independentista --ya le han dicho casi todos que se lo pinte al óleo, pero bueno…--, pueden acabar llegando a algún tipo de acuerdo con los sociatas que no redunde precisamente en su beneficio (ni en el de la parienta, que levanta 6.000 euros de la Diputación por un programa de televisión en inglés que no ve nadie).

Según cómo se desarrollen las cosas, Marcela Topor puede acabar trabajando de tarotista y su marido pudriéndose en Waterloo, más tieso que la mojama. Beggars can´t be choosers (Los mendigos no pueden escoger), dice un refrán anglosajón, y Puchi es actualmente uno de los mayores pedigüeños de la Unión Europea: si los republicanos le cierran el grifo desde Barcelona, se va a quedar hablando solo hasta el fin de los tiempos (mientras Matamala se planta y deja de fregar y de pagar los papeos) o practicando el spoken word sobre el fondo del piano arrobador de Toni Comín.

Puchi quiere hacer las paces con ERC por Cataluña y su independencia: aceptamos pulpo como animal de compañía.